sábado, 4 de julio de 2009

Miradas de desdén

Ayer fui al centro de Madrid con mi novia. Estuvimos en Plaza de España viendo una película. Cosas inevitables surgen, como un beso, una caricia, un abrazo... Imagino que lo sabrás, sobre todo si tienes una relación de este tipo. Pero a veces pasa algo. A veces, miro a mi alrededor y veo dirigidas hacia mí, hacia ella, o hacia ambos, una mirada de desdén por parte de unos padres con hijos pequeños, o de unos abuelos con nietos... Nos miran como si estuviésemos matando gatitos.
¿Es tan malo demostrar cariño? Quiero decir: no estamos haciéndolo como un par de animales, simplemente demostramos el cariño que sentimos el uno por el otro de una forma inocente. Entonces, ¿por qué pretender que los niños no lo vean? Seguro que es mejor para ellos crecer viendo películas de James Bond o de Misión Imposible que viendo cómo ocasionalmente una pareja de jóvenes muestran su cariño....
Sinceramente no lo entiendo. Recuerdo que, a mediados de este curso, ella y yo íbamos tranquilamente andando por el pasillo del colegio, y cuando llegamos frente a la puerta de la clase que nos tocaba - que aún no había abierto- me apoyé en la pared y ella se inclinó sobre mí. Ya está, sólo fue eso. El pasillo estaba atestado de gente, unos que iban, otros que venían. Nosotros mismo estábamos rodeados por todos nuestros compañeros de clase. Pero pese a todo el mundo que podría estar observándonos, nadie reparó en nuestra presencia. Nadie excepto el jefe de estudios. Según nos vio, vino flechado hacia nosotros diciendo algo así como "ashí no she puede eshtá, hombre, esho she hashe fuera del colegio" (habrán observado que es andaluz). Acto seguido quiso hacer una pequeña gracia, diciendo que, aunque nos queramos mucho, no podíamos demostrarlo dentro del centro, que él quería mucho a nuestro delegado y no por ello iba por ahí abrazándole. ¿Cuál fue la consecuencia? Todo el mundo que ni siquiera sabía que estábamos "abrazados" (lo pongo entrecomillado ya que no era tal cosa) reparó en que estábamos juntos, y todos a una se sonrieron con sorna como diciendo: "depravados".
¿Por qué la gente es así? ¿Por qué hay que seguir lo que está socialmente aceptado? ¿Quién ha puesto esas normas? ¡Hemos sido nosotros mismos! ¿Es que nadie se da cuenta de que esas normas que nosotros nos hemos autoimpuesto se vuelven contra nosotros y nos limitan? ¿Por qué he de recatarme yo al estar con mi novia en la calle para no "traumatizar" la joven inocencia de un niño, pero he de aguantarme si ese niño es un pequeño diablo de esos que molestan sin parar?
Pero ya está. Ya no más. Basta, me he cansado. Decidí hace tiempo que haría lo que quisiera sin tener en cuenta la opinión de gente que no me conoce y que probablemente no volveré a ver: los que se creen portavoces de las convenciones sociales. Seré mi propio juez. Sólo yo decidiré si lo que estoy haciendo está bien o mal. Porque, al fin al cabo ¿cómo voy a respetar esas normas si ni siquiera respeto a quien me las ha impuesto? Pero a mí si me respeto.
No estoy diciendo que vaya a justificar comportamientos delictivos con estas premisas, eso es una cosa muy distinta. Para que una sociedad funcione, han de existir normas. Pero las únicas que veo viables son aquellas normas que no limitan a la persona, sino su comportamiento, aquellas que siguiendo un imperativo de "haz el bien, evita el mal" dibujan el boceto de lo que es el bien y lo que es el mal. Creo firmemente en que mi libertad acaba donde empieza la de los demás. Algo así como que nuestras libertades individuales son una maraña de pompas de jabón, que no se pueden mezclar las unas con las otras, a no ser que así se desee voluntariamente por ambas partes. Ahora bien, el tamaño de mi pompa lo decidiré yo. Yo decidiré si con mi pompa me quiero quedar a varios metros de la tuya, o si quiero que estemos pared con pared, al igual que no permitiré que otra pompa invada mi territorio. Aun así, creo haber aprendido -a base de explosiones de pompas anteriores- que la forma de mi pompa se puede modificar, que no tiene por qué ser esférica, que al igual que una ameba, puede variar su forma para aprovechar los huecos que quedan entre otras pompas vecinas. A las demás pompas, esto puede parecerle un comportamiento extraños, pero... qué diablos. Es un comportamiento extraño fuera de su membrana jabonosa así que no debería importarles. Y si les importa, lo siento, pero no voy a cambiar.
Como diría Ortega, yo soy yo y mi pompa [circunstancia], y si no la salvo a ella, no me salvo yo.
A modo de reflexión final sobre todo esto, quisiera sintetizar qué es aquello que me gustaría cambiar. Me gustaría que la sociedad no fuera tan intransigente, que fuera más abierta a nuevas ideas. Que cada uno se analizara a sí mismo y viera con sus propios ojos cuántas cosas ha dejado de hacer por seguir unos mandatos escritos con humo en una hoja de aire. Pero sobre todo me gustaría que se tomara conciencia a nivel global de que cada persona es individual, que cada uno tiene una mochila a cuestas que es propia y que nadie más puede cargar. Así, antes de juzgar, la gente preguntaría qué es lo que se lleva en la mochila, a fin de conocer mejor las motivaciones. Todo esto no lo veo como algo deseable. No lo veo como algo que sería bueno. No lo veo como algo interesante y atractivo. Lo veo como algo urgente y necesario. Pero a la vez como algo utópico. De momento la solución está clara: aceptación, pero sin resignación.

viernes, 3 de julio de 2009

¿Qué vas a encontrar aquí?

¿Un blog sobre fotografía? Tiene toda la pinta, ¿verdad?. ¿Sobre lomografía? Reconoce que no tienes ni idea de lo que es, hasta es posible que la palabra te resulte hilarante (si sabes lo que significa, mi más cálido abrazo, amig@). ¿Piensas que es el típico blog de intelectual con patillas y gafas de pasta? Bueno, luzco ambas sobre mi cara, pero no.
No pretendo que sea algo nuevo. No pretendo que sea algo influyente. No pretendo que sea una obra cumbre del pensamiento universal. Ni siquiera pretendo que sea algo profundo. Lo único que quiero plasmar aquí es aquello que día a día veo, escucho o siento, y que me provoca una sonrisa o una mirada de desprecio. Lo que a mí me gusta y lo que no. Puede ocurrir que no te guste lo que aquí ves. Puede que discrepes de lo que opino. Incluso puede que me odies. Pero recuerda que no serás ni el primero ni el último, así que, antes de que ese sentimiento te siga carcomiendo por dentro, te aconsejo que presiones con el cursor sobre esa elegante cruz blanca en campo encarnado que se encuentra en la parte superior de ésta página. Será mejor para todos, ya que a nadie le gusta encontrar frases vestidas de resquemor.
En cambio, puede que coincidamos. Puede que conectemos. Puede que incluso nos entendamos. Eso sería perfecto, ¿no? En ese caso, te invito a seguir leyendo mis publicaciones, en las que de forma sincera hablaré sobre aquello que percibo desde la película de 35mm que son mis sentidos. También te insto a opinar sobre lo que aquí leas, a fin de debatir sobre ideas distintas o similares, y para no hacer de este blog una zona monopolizada.
En resumen de todo esto: bienvenid@ a mi casa.