viernes, 18 de septiembre de 2009

Generación Generalización

Si llevas el flequillo largo, te cortas y estás triste. Si llevas la gorra levantada, te drogas y eres indeseable. Si llevas el pelo largo y vistes de negro, eres un guarro drogadicto al que es mejor no acercarse (que seguro que va armado). Si llevas patillas y gafas de pasta, entiendes el arte abstracto.
Pero si te gusta Sunny Day Real Estate, tienes que llevar el flequillo largo; si te gusta ir al Fabrik tienes que llevar la gorra levantada; si lo que te gusta es tocar la guitarra (o el hacha, como tú la llamas) tienes que llevar los pelos largos e ir de negro; y ¿cómo vas a entender el arte abstracto si no llevas gafas de pasta?
Tienes que pertenecer a una tribu porque eres de una forma específica; y tienes que ser de una forma específica porque perteneces a una tribu. P es porque Q; y Q es porque P. Creo recordar que esto se llamaba falacia petitio principii.
La sociedad alimenta este comportamiento generalizando a cada tribu social. Todos los que escuchan la misma música y visten igual, son de la misma mentalidad. Para todos, eso es un hecho. Es cierto que hay gente que prefiere que sea así, es decir, como quiero que se sepa que soy Punk, me hago una cresta, voy lleno de tachuelas, y opino y critico lo mismo que opinen y critiquen todos aquellos que vea con cresta y tachuelas. ¿Pero es generalizar un comportamiento adecuado? Desde mi punto de vista, no. Generalizar no es más que anteponer prejuicios a una persona a la que juzgas simplemente por su aspecto externo. Pero dentro de cada uno, hay todo un mundo con miles particularidades que lo diferencian del resto, y es aquí donde hay que explorar.
Sin embargo, esto no es un mensaje para la masa de gente que prejuzga, sino para la masa de gente que es prejuzgada.
Si de verdad quieres diferenciarte y ser tú mismo, no confundas esta postura con el "molestar por molestar", porque eso sólo lleva a incluirte en una tribu marginada, a imitar el comportamiento de otros que también quisieron ser distintos y no tuvieron el valor de hacerlo, porque necesitaban el apoyo de una manada de distintos (aunque iguales entre ellos) que no lo discriminasen.
Hoy por hoy y con la sociedad actual, la única forma de ser distinto a los demás es ser uno mismo. Son dos conceptos distintos (ser distinto y ser uno mismo), pero que actualmente van paralelos, porque poca gente se atreve a ser quien es de verdad. Todos prefieren darse la espalda a sí mismos para que la sociedad o, mejor dicho, su tribu, sea la que sea, les acepte.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Hablemos del señor que reparte los panfletos de la Academia en la puerta de la Rey Juan Carlos de Móstoles

Él ya estaba allí cuando yo llegué por la mañana a hacer mi primer examen de Selectividad. Yo estaba nervioso, me iba a enfrentar a aquello por lo que llevaba dos años luchando (mi primer Segundo de Bachiller acabó con resultado de 0-1 a favor de los suspensos, por lo que no cuenta). El sentimiento que tenía era parecido al que se tiene cuando te hueles el final de una película, sabes que por mucho que lo desees, cuando acabe habrá acabado. Cada paso que daba me llevaba más y más cerca de ese edificio cuadrado de ladrillo rojo en el que me repartirían un examen, lo respondería, y antes de que pudiera llegar a salir de la sala, unas duchas saldrían del techo vaporizándome con Zyklon B, el tristemente famoso gas empleado en las cámaras de gas nazis. Al menos así era como yo me imaginaba que sería aquello de Selectividad.
Con este mejunje emocional llegué a la Cuesta Ominosa (no es más que la entrada a la Universidad, que está en rampa pero... Dios mío... qué mal sienta esa rampa por las mañanas). Recuerdo que le miré y me miró, con esa mirada ausente suya, y una media sonrisa que me hizo pensar que era un hombre simpático. Lentamente sacó un papel de un taco que tenía sobre sus brazos y me lo entregó, muy gentil. Recuerdo que el sentimiento de empatía que despertó en mí se disipó nada más leer lo que venía escrito en el panfleto: "Prepara tus exámenes de septiembre en nuestra academia". Hombre, por favor... eso no se hace. Es como si Voldemort le hubiera dado a Harry el folleto de un orfanato nada más entrar en su casa.
Ahora no recuerdo exactamente qué hice, sólo sé que me giré y le miré con cara de odio. Durante un segundo que se me antojó un año, nuestras miradas se cruzaron. La mía, dura, desafiante, destilando un Newton de odio por cada fotón que penetraba en mis pupilas. La suya... su mirada era inmutable. Seguía con ese aire ausente y esa media sonrisa que me había llamado la atención desde un primer momento. Ni siquiera mudó su semblante al recibir de lleno mi odio, tampoco se inmutó cuando mis labios hicieron un gesto de desprecio. En ese momento me pregunté "¿Realmente me ha visto?"
Cuando llegué a la sala de examen y me lo repartieron, me olvidé por completo de él. La Selectividad pasó, al igual que el verano, y no le volví a recordar.
Pero llegó el 31 de agosto, día en que empezaba el Curso Cero de preparación. Yo llegaba tarde, mi primer día. Nervios. Como una flecha me acercaba a la puerta de la Universidad, a recorrer de nuevo la Cuesta Ominosa. Recordaba lo que había sentido y pensado tres meses antes, cuando me iba a examinar. Me regocijaba de lo relajado que me sentía en comparación de aquella vez. Y entonces, pasó... No podría decir qué ocurrió antes, si me acordé de él y luego le vi, o si le vi primero y luego le recordé, el caso es que él estaba allí de nuevo. Sus panfletos, su mochila, su mirada ausente, su media sonrisa. Pasé a su lado y me ofreció un nuevo panfleto. Lo acepté y lo leí. Ahora no ponía nada ofensivo, simplemente era una publicidad de la Academia.
Me volvió a caer bien, no sé por qué. Quizá por la ausencia relativa de nervios que no hacían que le viera como a un ogro, quizá porque su cara me volvió a parecer amigable.
Por todo esto, cuando al día siguiente le volví a ver y me volvió a ofrecer un panfleto, esbocé una gran sonrisa de simpatía y le dije: "No, gracias. Ya tengo de ayer". Él apenas reaccionó. Ni cambió su sonrisa ni su mirada ausente. Le daba igual. No le importaba que se lo hubiera rechazado. Como comprobé días después tras aceptar y rechazar panfletos aleatoriamente, le daba lo mismo que ya tuviera uno, que no lo tuviera, que le diera las gracias, que no se las diera, que le saludara, que ni le mirara, que le sonriera, que le pusiera mala cara... A él no le importaba. ¡¡NO LE IMPORTABA!! No modificaba su mirada, no cambiaba su sonrisa.
Mi pregunta es, ¿Por qué? Es evidente que a ese hombre le pagan por hacer eso. O si no, algún beneficio saca de hacerlo. Por Dios, lo hace todos los días desde bien temprano, ¿es que nunca se cansa? Quizá es que no esté programado para mostrar otras expresiones. Sí... esa es mi hipótesis. En realidad es un robot creado para repartir panfletos y mostrarse concienzudo en ello. Pero carece de memoria visual, y es por eso que es incapaz de reconocerme cada mañana, pese a que ya llevo tres semanas mirándole a los ojos cada vez que paso.
Hoy lo he hablado con unas muchachas que he conocido en la Universidad. Ellas están conmigo, ese hombre no es normal. No estoy diciendo que sea peor o mejor. Simplemente digo que no es normal.
Y estoy dispuesto a averiguar por qué. Ya he expuesto mi hipótesis: ese hombre en realidad es un robot. Mañana pienso confirmarla o refutarla. Según pase a su lado, le tiraré un vaso de agua. Si saltan chispas, tendré razón. Si no, tendré que enfocarlo desde otro punto de vista. Pero si hay algo de lo que estoy seguro, es de que por muchos vasos de agua que le tire, como si son de ácido, él jamás modificará su mirada, ni su sonrisa.
Mantendré informado sobre mis investigaciones, bien a través de aquí, bien a través de Twitter (http://www.twitter.com/wille608).