jueves, 30 de septiembre de 2010

Curiosidades

Me gustan las curiosidades, las pequeñas historias dentro de las grandes historias que forman la Historia. De hecho, si me conoces en persona (seguro que sí, si no mira un poco más abajo la entrada titulada “No me lee ni Perry”), es probable que te haya contado alguna de las pequeñas curiosidades que tanto me gustan. Así es que me he decidido a escribir en el blog a los poquitos todas las curiosidades que conozco, para poder compartirlas con un público más amplio (sí, ya xD) y que también vosotros disfrutéis aprendiendo y compartiendo esos pequeños detalles que hacen de la Historia, de la Ciencia, de la Música, y de la Vida en general, el mismo ladrillo, pero al menos un poco más ameno. Queda abierta la nueva (y no sé porqué digo nueva, cuando es la única) sección de mi blog: Curiosidades.
Y empezamos con:

¿Por qué Napoleón no pudo conquistar Rusia?



Os recomiendo el monólogo de Raúl Cimas titulado “Ridículos”, el cual pongo más abajo, para hacerse una idea de forma hilarante de cómo pudo ocurrir éste hecho. Le Petit Caporal (apodo que le pusieron sus soldados) llevaba conquistado medio mundo cuando puso sus ojos en Rusia. “Mola” debió pensar, “allá que voy”. Pero se chocó contra un muro. El muro de la climatología. Y es que las tropas de Ogro de Ajaccio (como era conocido en algunas monarquías europeas) no estaban acostumbradas a las bajas temperaturas con las que se encontraron, y poco a poco, fueron muriendo de frío. Pero ésta explicación queda incompleta. ¿Fueron tan estúpidos los franceses de dejarse morir de frío sin abrigarse más? Lo cierto es que no. Lo fueron por otro asunto. Y es que para terminar de explicar éste hecho tenemos que buscar la respuesta en la moda, en la logística y en… la Química.

Efectivamente, en la Química. Todo vino porque aquél a quien se le encargó diseñar los trajes y casacas del ejército de Napoleón, pensó que sería más bonito y sobre todo, más barato, confeccionar los botones de la ropa de un material bien conocido por todos: el estaño. El estaño es resistente, barato, y reluciente. A primera vista, parece ideal para la confección de botones. Éste estaño del que hablamos, es al que más acostumbrados estamos y se llama “estaño blanco”. Se trata de la conformación beta del metal (Sn – β), que se encuentra a temperatura ambiente. Sin embargo, tras una exposición prolongada a temperaturas inferiores a 14,2ºC (y no nos olvidemos de que en Rusia ésto es muy común a lo largo de todo el año), el Sn-β cambia su conformación a Sn-α (conformación alfa), la cual es conocida como “estaño gris”. Ésta nueva conformación tiene unas propiedades completamente distintas, entre ellas destaca su fragilidad.

No es de extrañar entonces, que los botones de los soldados empezaran a romperse, y tuvieran que batallar a pecho descubierto. Esto, unido a que los rusos (que no son tontos) se replegaron hacia Siberia, donde bien cargados de vodka podían aguantar sus bajas temperaturas mientras que los franceses caían como moscas, hizo que Napoleón tuviera que abandonar la campaña en Rusia y volver cabizbajo a casa.



Nunca olvidéis que por muy grande que seas (si bien Napoleón era un retaco), hasta la cosa más insignificante puede hacerte fracasar. Pon atención a todos los detalles, por pequeños que parezcan.

Monólogo de Raúl Cimas, "Ridículos" (Parte 1)
Monólogo de Raúl Cimas, "Ridículos" (Parte 2, aquí es dónde habla de Napoleón)

sábado, 31 de julio de 2010

Rover

Lucho por tener un corazón vigilante, que ningún escollo distraiga mi fin.
Un corazón noble, que ningún afecto indigno rebaje.
Un corazón recto, que ninguna maldad desvíe.
Un corazón fuerte, que ninguna pasión esclavice,
y un corazón generoso para servir.

viernes, 4 de junio de 2010

A través de mis ojos


Mi mundo es diferente al de los demás. Caminamos por las mismas calles, compramos en las mismas tiendas, nos tiramos en los mismos parques, vemos los mismos coches, los mismos semáforos, los mismos árboles y la misma luna. Pero aún así, pese a no ser único (hecho del que estoy más que seguro), es distinto al de la gente normal.
En mi mundo la Luna siempre está llena, sea el día que sea. Los coches no tienen matrícula. Todas las luces son redondas, todos los límites son imprecisos. No existen los carteles, no existen las palabras, los periódicos son de un color gris uniforme desde el principio hasta el final. Todas las caras son la misma, los gatos se confunden con los perros, no hay moscas ni mosquitos. En mi mundo no existen las estrellas, pero no hace falta, porque cada pequeña luz estalla en una explosión y dibuja una filigrana parecida a los cristales de hielo que forman los copos de nieve. En mi mundo la Navidad es eterna, las calles están siempre engalanadas con luces preciosas que se funden entre ellas y dan lugar a chispazos de color rojo, amarillo y verde. Es un mundo deformado e impreciso. Es un mundo turbulento y nebuloso en el que es peligroso andar, y aun siendo precioso, a veces resulta agobiante.
Mi mundo no es un concepto, no es una idea, no es nada abstracto. Mi mundo es real, está ahí, lo veo cada día.
Mi mundo es el fruto de una enfermedad, de una mutación, es un mundo deformado por una retina deformada.

domingo, 23 de mayo de 2010

Que te jodan

Fuck U - Placebo*

*Hay que abrir el enlace en una ventana/pestaña nueva si queréis seguir la letra o leer el resto de la entrada.


There's a look on your face I would like to knock out,
See the sin in your grin and the shape of your mouth
All I want is to see you in terrible pain
Though we wont ever meet I remember your name
Can't believe you were once just like anyone else
Then you grew and became like the devil himself
Pray to God I can think of a kind thing to say
But I don't think I can, so fuck you anyway

You are scum, you are scum and I hope that you know
That the cracks in your smile are beginning to show
Now the world needs to see that it's time you should go
There's no light in your eyes and your brain is too slow
Can't believe you were once just like anyone else
Then you grew and became like the devil himself
Pray to God I can think of a kind thing to say
But I don't think I can,
so fuck you anyway.

Bet you sleep like a child with your thumb in your mouth
I could creep up beside, put a gun in your mouth
Makes me sick when I hear all the shit that you say
So much crap coming out, it must take you all day
There's a space kept in Hell with your name on the seat
With a spike in the chair just to make it complete
When you look at yourself do you see what I see?
If you do why the fuck are you looking at me?

Why the fuck, why the fuck are you looking at me?

There's a time for us all and I think your's has been
Can you please hurry up 'cause I find you obscene
We can't wait for the day that you're never around
When that face isn't here and you rot underground
Can't believe you were once just like anyone else
Then you grew and became like the devil himself
Pray to God I can think of a kind thing to say
But I don't think I can so fuck you anyway

So fuck you anyway


Deliciosa canción de un gran grupo y con un suculento mensaje. Lo cierto es que siempre he querido mandar a alguien a tomar por culo. No a nadie en concreto, quiero decir, simplemente decirle a alguien tras una discusión -o justo antes de ella- "VETE A TOMAR POR CULO". Tiene pinta de ser algo que libere mucho el espíritu, sobretodo si ha habido tensiones previas. Desgraciada o afortunadamente (depende del objetivo con el que enfoquemos), hasta ahora no he tenido ocasión, o mejor dicho, no he querido tener ocasión. La oportunidad ha estado ahí varias veces, pero siempre la he dejado pasar por quién sabe qué motivos. Quizá por decoro (lo dudo), quizá por no quedar mal del todo con esa persona con la que estás discutiendo, quizá por no avivar las llamas de una hoguera que ya se estaba apagando. Pero la verdad es que las ganas las he tenido, y las tengo. Así que creo que no me voy a despedir sin antes lanzar un mensaje a quien se sienta aludido (en tal caso, le ruego que deje un comentario diciendo quién es y explicando el motivo, para saber si he dado en la diana o si por el contrario he insultado a alguien sin pretenderlo).

VETE A TOMAR POR CULO

.

martes, 18 de mayo de 2010

El mar de té

Aquí estoy, rodeado por mis amigos, gente respetable con creencias firmes en la ciencia y el método científico, gente que no se deja convencer por habladurías y que me miran con cara de incredulidad y de lástima mientras les cuento lo que me ha sucedido, una historia fantástica a la par que increíble que me ha tenido ocupado durante la última semana.
Estamos sentados en la sala de fumar, cada uno de nosotros tiene una cerveza negra bien fría.
Les cuento con tranquilidad lo que me ha pasado y ellos muestran un aparente interés, pero yo no puedo evitar pensar que lo mantienen por lo magnético y fantasioso de la historia, pero no me toman en serio, se burlan de mí, piensan que lo hago por entretenerles, o quizá que estoy loco. Es posible que los mozos celadores del manicomio municipal se estén acercando en este momento.
No puedo evitar relatar mi historia con profunda intensidad y con certera creencia de que efectivamente sucedió. No puedo evitar hablarles de ello muy concentrado y enfrascado en mi propia historia, eso es lo que les hace mantenerse alerta y considerarme un loco, un bufón o un niño.
Hace una semana me senté en esta misma sala a tomar el té. Hace tiempo que dejé de fumar, por eso ya solo uso la sala del tabaco para tomar el té los domingos. Dejé de fumar porque me levantaba tosiendo todas las mañanas y porque mis mocos habían perdido su color verde habitual para vestirse de luto y a parecer ante mí negros como el carbón. Como el carbón en el que se estaban convirtiendo mis pulmones. Ahora puedo decir además que me alegro de haber dejado de fumar porque mis pulmones han sido muy necesarios en esta última semana.
Como digo, estaba sentado dispuesto a tomar el té que mi ama de llaves prepara para mí cada domingo. Esa mujer es como de la familia, quizá por eso siempre pasa por alto mis instrucciones. Prepara el té más caliente de la ciudad, y yo odio las bebidas demasiado calientes porque siempre tardo una eternidad en bebérmelas. Soy un hombre impaciente y no soporto plantarme delante de mi taza de té durante media hora hasta que me atrevo a pegar el primer trago.
Todo el mundo sabe que el té se enfría tomando la cuchara y sacando a pasar pequeñas cantidades de líquido. También surte efecto darle vueltas, cuanto más deprisa mejor. A veces la taza viene demasiado llena como para hacerlo con mucha energía, pero esta vez no estaba hasta arriba. Así que pude tomar mi cuchara y voltear con todas mis fuerzas. Giré la muñeca, el brazo, la cuchara, pensaba que giraría yo también, por un momento temí levantarme como las hélices de un helicóptero y clavarme en lo alto de mi techo y pasar al piso inmediatamente superior, y después al siguiente, y al siguiente, y así, sin parar hasta que hubiera atravesado el tejado y hubiera seguido ascendiendo hasta el cielo y a través de las nubes hasta el espacio sideral, agarrado a mi taza de té caliente.
Pero en lugar de eso me vi absorbido por el remolino resultante. Toda la fuerza que yo presuponía hacia arriba me arrastró inevitablemente hacia el fondo de la taza y, sin poder evitarlo, me vi abocado con cuchara y todo al fondo de un mar de té en el que yo no era más que una pequeña mota minúscula. La fuerza que mi giro produjo en el agua obró el milagro, allí estaba yo, pequeño como una molécula, sumergido hasta la cabeza en un océano de té templado. Gracias a Dios, los bríos proporcionados al brebaje lo había enfriado lo bastante como para que mi reducido cuerpo aguantase la temperatura y no me derritiera.
A veces, una corriente de aire caliente proveniente de lo más profundo y cálido de mi mar me elevaba hacia el borde de la taza, pero sin esperanza de poder agarrarme a él, rodeado de vapores de té, excitado y nervioso por mi nueva condición. Luego caía con violencia, una vez que el influjo de la nube ascendente había desaparecido, precipitándome de nuevo al mar de té del que había salido.
Durante horas aguanté flotando en aquel mar. Me agarraba y me escudaba como podía en la espuma resultante que gobierna el centro del elemento en el que me encontraba. Dicen los cocineros que esa espuma que se produce en un líquido hervido está cargada de impurezas. De hecho tienen razón. Pequeños granos de tierra estaban rodeados de una espuma blanca, igual que la que forman las olas al chocar contra los acantilados de Dover. Apenas aguantaban a flote en este mar infuso, pero yo me aferraba a ellas como un naufrago a su tabla. Durante unos segundos conseguían desahogar mis fuerzas y me permitían recuperar la circulación en las piernas, librándome de un calambre que, a buen seguro habría resultado fatal.
Angustiado veía como cada vez había menos granos de azúcar y piedras alrededor de mí, cada vez veía con más temor y con mayor y atenazante pánico como mis reservas de piedras y porquería se veían reducidas a la mitad cada minuto. Finalmente me vi sujeto al último grano que quedaba, rodeado de una espuma blanca que apenas podía sustentarme.
Cuando se hundió por sorpresa me vi sumergido bajo las aguas, pero me quedaron fuerzas para salir a flote. Durante horas aguanté como pude flotando en el agua, tratando de ahorrar mis fuerzas y de racionar mis esfuerzos. Aguante mucho tiempo a flote, pero sin ninguna esperanza.
Es evidente que una persona que flota a la deriva en medio del océano solo puede encomendarse a dos cosas. Una, que la marea le lleve a tierra firme y acabar en una isla desierta o, en el mejor de los casos, en una isla poblada por habitantes hospitalarios. Dos, que una embarcación pase lo bastante cerca como para reparar en su presencia y saber evaluar su situación comprometida, y que le rescaten. Creo que no hace falta que explique que no aspiraba a ninguna de las dos cosas. En una taza de té no hay islas, y mucho menos embarcaciones.
Aguanté todo lo que pude, de verdad, pero al final me vi vencido por las circunstancias y vi como mi cuerpo se adentraba en un agua ocre llena de teína y excitantes que me habían mantenido lo bastante activo como para aguantar hasta entonces.
No podréis creer lo que vi en mi viaje subteíno, no puedo creerlo ni yo, y eso que me vi en esta situación maravillosa e increíble. El mar del té está lleno de vida. No es un mar inerte, ocre y aburrido, es un mar nutritivo del que se alimentan multitud de seres muy especiales y fantásticos. Peces de color marrón nadaban en sus aguas. Puede que antes no hubiera reparado en su presencia por mi propio nerviosismo, pero ahora que estaba apunto de ahogarme y que había perdido toda esperanza, si es que la tuve en algún momento, podía contemplarlos en su esplendor.
Son peces preciosos, muy bonitos y que se camuflan muy bien, adaptados a su medio como pocas especies. Por eso nosotros no los vemos, porque son de un color idéntico a su mar. Pero les aseguro que si se acercan lo bastante a su taza podrán comprobar como nadan en bancos de enorme tamaño. Son más bien como truchas, pero no tienen bigotes, sino ojos perfectamente desarrollados y que les permiten navegar con destreza de marinero. Son como truchas pero con unas aletas muy pequeñas, porque no tienen que cubrir grandes distancias. Son como truchas, pero no tienen las escamas plateadas, ni resbaladizas. Sus escamas son como de terciopelo, pero de terciopelo marrón, como el que se usa para cubrir los estuches de los instrumentos musicales.
También había pequeñas tortugas de color ocre, idéntico, pero con las pezuñas amarillas. Ambas especies guardaban un asombroso equilibrio, ninguna de las dos se atacaba o mantenía disputas. Apuesto a que vivían y se alimentaban gracias a las impurezas del propio té, pero no a las que flotan en la superficie, sino a las que le dan al té su propia naturaleza, las que provienen de las hierbas que sirven para prepararlo. Esto me hizo pensar que no era necesario semejante adaptación al medio. Solo había visto dos especies en este mar y parecían convivir en paz. No es necesario especializarse si no tienes un enemigo, las guerras ayudan al desarrollo porque se hace acuciante y necesario, del mismo modo, los depredadores azuzan a la evolución para dotar a sus hijos de mejores armas para afrontar una lucha desigual.
Pensar que algún pez más grande que no había visto nadaba en estas aguas no me hacía estar precisamente tranquilo, pero en realidad ya no importaba, todo estaba perdido.
Pero de pronto, una corriente me empujó primero hacia delante, y luego hacia atrás. En un primer momento me vi muy sorprendido, pues este mar, carece de mareas cuando nadie le da vueltas. Pero enseguida mis peores temores tomaron la forma de una gran ballena ocre que había pasado desapercibida para mí. Abrió su gran bocaza y se dispuso a engullirme rodeado de pececillos ocres. Estos intentaron huir, pero sus pequeñas aletas no les permitían realizar los eléctricos movimientos necesarios para semejante proeza, así que me vi en un segundo dentro de las fauces de ese monstruoso animal ocre, semejante a una ballena blanca pero de un color ocre intenso, rodeado de pececillos desahuciados.
Perdí el conocimiento, pero para mi sorpresa, no perdí la vida. Me desperté en penumbra, pero vivo. Empapado de té, con un olor horrible y agotado de luchar. El interior de la ballena era húmedo, el té me llegaba hasta las rodillas, pero podía respirar. Me había concedido una tregua. Estaba vivo y podía luchar por salir de allí.
Alentado por la sorpresa me puse a urdir un plan que me permitiría regresar con los míos. Es cierto que estaba en el interior de una ballena del té, rodeado de un mar templado que mi ama de llaves había preparado, pero se puede estar en sitios peores, siempre he odiado estar sentado delante de un examen que no he estudiado.
Me propuse acabar con todo esto de la manera más lógica. Lo normal para acabar con el té, lo que todos hacemos y para lo que ha sido creado. Beber y beber hasta que has acabado con todo. Pero para llevar a cabo mi desesperado y descabellado plan primero debía salir de aquella inmensa criatura.
Sabía que las ballenas blancas tienen un orificio en su lomo para evacuar agua, no sé ni para que sirve ni como funciona, pero mi última esperanza era que esta ballena estuviera dotada del mismo agujero. Estaba seguramente en la cola, solo tenía que remontar la ballena hasta la cabeza, unos 10 o 12 nuevos metros de enano. Mis piernas caminaban sobre un terreno inestable y tierno, no explorado por nadie antes y lo bastante agotador como para hacerme perder el equilibrio varias veces.
No tenía luz, solo mi instinto me guiaba por su estómago, intestino, pulmones y demás órganos vitales. Tras horas de viaje, o por lo menos eso me apreció, alcance las barbas de la ballena, esos pelos enormes como sogas que sustituyen a los dientes de los animales carnívoros y que habían dado saludable y preservante cuenta de mí.
Trepé a través de ellos, bañado periódicamente por oleadas de infusión que entraban por la boca del animal. Pero me mantuve firmemente agarrado, convencido de que era justo lo que tenía que hacer para salir con bien de aquel fregado. Alcancé una cavidad en la cabeza del mastodonte y me puse a palpar como un loco en busca del orificio. No hizo falta, la cavidad se llenó en un segundo y las paredes se hundieron y se abrazaron para expulsar el líquido a una presión notable a través de un agujero por el que salí a duras penas, contraído e intentando ocupar el menor espacio, por si acaso.
De nuevo estaba rodeado de ese mar cobrizo que tanto me gustaba cuando medía un metro y ochenta centímetros.
No quise dilatar por más tiempo mi precaria situación y comencé a beber como no lo había hecho nunca. A pesar de mi tamaño me vi sorprendido por una capacidad inusitada para beber sin parar cantidades monstruosas de té.
Me hinché como un globo, salí a flote, y solo anteponiendo mi cabeza a mis pies logré sumergirme lo bastante como para seguir bebiendo. El nivel de la taza descendía lenta pero constantemente y por fin mis esfuerzos comenzaban a dar sus frutos. Ya había logrado beber media taza y no veía que mi ansia tocara fondo y ni mucho menos mi determinación. Y así, convencido de que acabaría bebiéndome aquella taza entera llegué a las tres cuartas partes. Las ballenas se dieron un último festín, los pequeños peces y las tortugas estaban cada vez más juntos gracias al descenso del nivel de sus aguas, y las ballenas encontraron en ellos una presa fácil.
Yo, por mi parte, cada vez era más grande, había crecido lo bastante como para llenar por mí mismo media taza, y cada vez me quedaba menos por beber. Ya no estaba sumergido como antes, ahora era algo así como un borracho intentado beberse una bañera de Whiskey.
Un último estirón me permitió beberme la taza completa y aumentar mi tamaño hasta mis añorados “metro y ochenta centímetros”. La taza reventó, y con ella, mis pequeños amigos ahora de un tamaño inapreciable, pero ningún líquido se derramó sobre la mesa en la que ahora estaba sentado porque todo estaba en mi estómago.
Aliviado por haber salido con vida sentí, sin embargo, unas ganas horribles de ir al baño y mear todo lo que había bebido.
Dos días, con sus dos noches, estuve de pié delante de la taza de mi retrete. Me temblaban las piernas, pero aquel torrente no acababa nunca. Mi ama de llaves estaba muy preocupada, pero yo le gritaba a través de la puerta cerrada que todo estaba bien y que no hiciera otra cosa que alegrarse por mí, porque por fin estaba a salvo.
Y ahora estoy aquí sentado, delante de todos vosotros, contándoos lo que ha sido para mí una carrera frenética por la supervivencia, pero también un viaje hermoso lleno de prodigios y de maravillas que me hecho amar el té con más fuerza si cabe, aunque ahora lo beba un poco más caliente que antes con tal de no darle vueltas.
- A ver si lo he entendido. ¿Pretendes que nos creamos todo eso? Hombre, me parece un entretenimiento fantástico, pero pretender que un adulto se lo crea es algo más que eso, es un acto de fe, o más bien de locura.
Estas palabras son las últimas que oigo mientras unos mozos, de uniforme blanco y brazos como troncos de roble, me sujetan por detrás y me arrastran fuera de la estancia sin que yo oponga resistencia. Una vez que me han metido en su furgoneta, me enfundan una camisa muy extraña, cuyas mangas se atan mediante correas de cuero a la espalda, impidiéndome cualquier movimiento con los brazos. Supongo que ni yo mismo acabo de creérmelo. Puede que sea cierto, es un acto de fe, o más bien de locura pretender que un adulto se lo crea.
Y tú, ¿Tienes fe? ¿O volverás a voltear tu té antes de darle el primer trago?

---------------------------------------------------------------

No podía faltar. Conseguí ésta historia en el blog de mi padrino que, además, es una gran persona. De dónde lo sacó él, es un misterio para mí. Álvaro, va por tí.

martes, 11 de mayo de 2010

No me lee ni Perry

No es que me importe demasiado, pero me gustaría darme a conocer un poco más. Gracias a todos los que me seguís, a los que me leéis de verdad y a los que todavía os quedan fuerzas para comentar.
Os quiero a todos.
Sobre todo a Valle.
Sin tí no tendría ganas siquiera de encender el ordenador, mucho menos de escribir. Ahora mismo no tengo muy claro quién voy a ser de aquí a unos años. De hecho, no sé quién voy a ser pasado mañana. Una de las pocas cosas que aportan estabilidad y constancia a mi vida eres tú. Te amo. Sé que, pase lo que pase, seguiré contigo, y tú conmigo, y eso me gusta y tranquiliza a partes iguales. Lo que he vivido contigo es indescriptible (no lo es, pero ésto de aquí es público y bien sabes que eso lo guardo sólo para tí). Eres mi cinturón de seguridad. Mi farola (por iluminar mi vida y, sobre todo, por ser tan delgadita).
Lo que me lleva a Adri. ¿Qué diablos habría sido de mí sin tu eterna presencia a mi lado en clase? Probablemente no habría repetido, pero... qué diablos. Repetiría ese curso truncado diezmil veces si hiciera falta de lo bien que me lo pasé. Pero la vida tenía que continuar. Ahora te echo mucho de menos, y me gustaría poder quedar bastante más contigo. Espero que te vaya genial todo, en especial con Gise. Os merecéis el uno al otro. Te recuerdo mucho cuando estoy en clase, me falta alguien que me pinte los brazos, alguien con quien escribir en un cuaderno verde. También me falta alguien a quien robarle los bolis y desmontárselos durante las horas-torturas de Biología y alguien que me cante guturalmente al oído y me toque el pene en clase de Filo... (vosotros ya sabéis de quién hablo).
Elena, eres genial. Al principio me parecías muy muy rara, me has mosqueado alguna que otra vez y yo te he tocado los co***es de vez en cuando. Pero recuerdo (y creo que jamás olvidaré) un día bajando por la Gran Vía en el que noté una conexión rara y nueva entre tú y yo. Igual ya estaba de antes, pero no me había dado cuenta. El caso es que me hizo echar la vista atrás y darme cuenta de que siempre habías estado para echar una mano, o hacernos unas risas sin más. Ahora eres indispensable.
Todo esto, el hablar de clase y tal, hace que me acuerde de Rafa. Qué gran hombre. Te conozco desde hace poco, pero me has llegado adentro, tío. Eres raro, pero molas. Gracias por descubrirme Love of Lesbian (me han puesto en bandeja momentos geniales con la pequeña, te debo una).

Me dejo mucha gente en el tintero, y no es lo típico que se dice cuando tienes que acordarte de alguien por quedar bien pero en el fondo no sabes qué decir de ellos. Lo que ocurre es que no me apetece seguir escribiendo, así que os den. Björk sabe que lo digo con cariño.

Curiosa entrada como poco. Sólo quería poner el título y el primer párrafo. Pero oye, uno se lía y se lía... y pasan éstas cosas, estos vómitos de pensamiento, este chorreo de ideas que van y vienen. Supongo que quería decirlo, sin más.

.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Hugleiðingar

Es tarde, ya ha anochecido. Vuelvo a casa en el autobús de siempre después de toda la tarde y parte de la noche fuera. Viajo con la única compañía del conductor, un hombre aburrido que, pese a que me ve todos los días a la misma hora religiosamente cogiendo su autobús, nunca se ha animado a darme conversación. Igual está esperando a que sea yo quien dé el primer paso. Mañana le cuento lo primero que se me ocurra, hoy no tengo ganas. La batería del iPod se me ha acabado, maldición, ahora sí que me voy a aburrir de lo lindo. Absorto en mis vacíos pensamientos, paseo mi mirada por los pequeños detalles del autobús: El botón de STOP que está puesto del revés, la sempiterna ausencia de los martillos de emergencia, las pintadas en los asientos, las ralladuras en los cristales… Y más allá del autobús, la mal iluminada y peor asfaltada carretera, el polígono industrial que descansa tras un duro día, las pocas trabajadoras que tienen turno de noche en la calle. Todo es como siempre, tan habitual que parece que existiera un diálogo entre lo que me rodea y yo mismo.
-Hola de nuevo, poste-de-la-luz-mal-situado-casi-en-mitad-de-la-carretera ¿Qué tal ha ido el día hoy?
-No puedo quejarme, colega, hoy casi consigo que un novato se estrellase contra mí. A ver si mañana hay suerte.
-Eso espero, amigo, buenas noches.
-Buenas noches, hasta mañana.
Nada me hace sospechar que esta noche será diferente. El conductor no va a hablar, el botón de STOP no se colocará bien, el poste de la luz no se apartará. Así que me despreocupo de todo y sigo deambulando con la vista. Ahora me fijo en mí. No me veo mal. No voy vestido para una boda, es más, voy bastante cutre, y llevo esa sudadera descolorida que odio, aunque es amplia y cómoda. No me engaño. Tengo defectos. Si hay algo que me guste en mi sudadera descolorida es eso que tiene que parece decir “eh, mira, tengo defectos, pero no me importan”. Pero lo cierto es que me importan. Me miro en la ventana del autobús ¿Y esos pelos? Menos mal que voy sólo, si no, seguro que se me quedarían mirando con una sonrisilla en los labios, con aire de superioridad. Mi sudadera me da un aire despreocupado, pero por el resto de cosas, la odio. Por muy cómoda y amplia que sea, no es bonita.
Dejo de mirarme, no quiero darle vueltas al asunto ahora mismo. En vez de eso, fijo mi vista en un punto por detrás de mi reflejo en la ventana, y lo que veo me estremece. En todo éste tiempo, no me había dado cuenta de que a unos cuantos metro del autobús en el que viajo, otro autobús, idéntico al mío, viaja a nuestro lado. El mismo tono verde, los mismos abollones. Hasta el conductor parece el mismo. Y me fijo en que sentado en unas cuantas filas de asientos más atrás, en la misma situación en la que voy yo, hay sentado un individuo que me recuerda a alguien. Me recuerda a mí. Es tremendamente parecido a mí. Nos miramos con la misma cara de sorpresa, y acto seguido, a la vez, nuestra expresión pasa a ser la compasión. Él va mucho mejor vestido que yo. Su sudadera me gusta muchísimo, va perfectamente a juego con él. Ojalá la mía fuese así, ya que si a él le sienta bien, a mí tiene que sentarme bien, porque somos prácticamente idénticos. Lleva gafas, como yo, y muy parecidas a las mías, con la diferencia de que a él no le hacen los ojos pequeños. Y su pelo también me gusta. Al igual que yo, se está quedando un pelín calvete, pero lleva un peinado que lo disimula bastante y que además me gusta.
Está claro, éste tío está muy por encima de mí. Por eso me ha mirado con compasión, porque se ha visto reflejado en mí, y ha debido pensar que lo paso peor que él porque, aun siendo muy parecidos, él es mejor. Se ve a primera vista.
Aguantamos la mirada un momento más, y la apartamos a la vez. No podemos soportar mirarnos. A mí me recuerda lo que debería ser. A él le recuerdo en lo que se puede convertir. Intentamos volver a mirarnos, giramos la cabeza a la vez, haciendo el mismo movimiento, y nada más cruzarse de nuevo nuestras miradas, mi autobús entra en un túnel y le pierdo de vista. Aguardo impaciente a que el túnel acabe y ver salir su autobús por el carril contiguo. Pero el túnel acaba, y no sale su autobús, que ha debido tomar algún desvío mientras que yo no podía verlo. Probablemente no vuelva a ver a ese muchacho tan parecido a mí jamás. O quizá…

....................................................................................

Efectivamente, aquella no fue la última vez que le vi. De vez en cuando me parecía percibirle con el rabillo del ojo a la que menos me lo esperaba. Paseando por Madrid, durante una fracción de segundo pude ver que me observaba desde el interior de una tienda, pero cuando me quise fijar, no había nadie al otro lado del escaparate. También me pareció verle en la piscina, reflejado en los azulejos de los vestuarios. Y siempre, siempre, iba mejor vestido que yo, con un corte de pelo mejor, más guapo, más delgado… diablos, hasta parecía más inteligente.
Me obsesioné con encontrarle, y pasé mucho tiempo buscándole. Justo el tiempo que tardé en darme cuenta de que aquel día, en la carretera, ningún otro autobús circulaba a nuestro lado, que lo que vi, era en realidad el reflejo de mi autobús en una fachada acristalada, y que el tipo que tanto se parecía a mí… era yo. Me costó mucho tiempo darme cuenta de esto, y aceptar que aquella persona a la que quería encontrar, estaba dentro de mí.
Después de aquello, no ha cambiado nada. El conductor sigue callado, el botón de STOP dado la vuelta, el poste de la luz, casi en mitad de la carretera. Sólo ha habido una pequeña diferencia:

Me gusta mi sudadera.

.

martes, 20 de abril de 2010

Fotogravida

Este blog se llama “Plasmando mi vida en 35mm”. A primera vista, es un blog de fotografía que en realidad nunca ha sido tal. Nunca he mencionado una técnica, un aparato, un artista o un modelo de cámara. Pero puede que sí sea en cierto modo un blog de fotografía. Me explico: cada entrada del mismo, es para mí como una foto de algo que me ha sucedido. Cuando veo una fotografía, la leo igual que leo un libro, y cuando la hago, es como si escribiera una historia, al igual que hago aquí. Mis fotografías no se distinguen tanto de mis historias, de mis comeduras de coco, de aquello que quiero contar. Y no es algo que haya deseado, es algo que he acabado descubriendo con el tiempo. Pensaba (muy al principio), que la fotografía buena era aquella que reflejaba una metáfora entendible por todos, que a todos arrancaba una sonrisa (o una lágrima, vaya) y que se ajustaba a lo que es una “buena fotografía”. Intentaba hacer eso, y claro, cómo no, fallaba. Fallaba porque no me creía lo que estaba haciendo, porque veía una imagen y pensaba “sí, esto va a gustar” y no “sí, esto me gusta”.
Ahora me olvido de todo eso. No quiero hacer buenas fotos. No quiero que la gente contemple mi obra con la boca abierta y se eche a mis pies. Lo que busco más bien es que una persona que nunca se haya topado conmigo, entre en la página donde tengo colgadas mis fotos, vea una y diga: “vaya, aquí estaba cabreado de verdad”; “anda, aquí sólo estaba experimentando con la doble exposición”; o “cómo se nota que aquí se estaba aburriendo y lo único que tenía a mano era la cámara”. Quiero contar cosas, no cosas importantes que vayan a cambiar el mundo, ni injusticias sociales, ni nada de esos temas tan gastados en la fotografía. Quiero contar mis cosas. Que sean entendidas o no, eso no me importa, porque lo cierto, es que no busco contárselo a nadie. Quiero contármelo a mí mismo. Sólo quiero hacer fotos, para mí, porque hacer fotos me relaja. Parece que el click del disparador tuviera una suerte de efecto positivo sobre mi espíritu. A cada nueva foto, algo que ronda en mí, sea bueno o malo, se imprime en la película (o en la pantalla, si no hay más remedio) y parece que quedara allí encerrado, esperando ansioso a poder salir.

Una vez, mientras hablábamos de fotografía, y lo que significaba para cada uno, una pequeña gran persona me dijo: “Es algo que no puede explicarse con palabras. Por eso es fotografía”.


.

sábado, 3 de abril de 2010

Lo que comen los perros

No es culpa de nadie. Ni siquiera tuya. O quizá sí, pero ni me lo voy a plantear. Lo cierto es que, al igual que el Sol aparece por el horizonte cada mañana, hay gente que sobra. Gente que molesta. Gente que ofende. Y, ¿sabes una cosa? Tú eres uno de ellos. Sí, ya, palabras duras y todo lo que tú quieras. Es a lo que te arriesgabas. Yo tampoco me lo paso bien, ¿sabes? y mucho menos con ésta situación, pero es lo que hay. ¿Arrepentimiento por lo que digo? No. Sé que nunca leerás esto. Y si lo haces... tampoco lo sentiría, la verdad. Ah, y otra cosa: no me gustas, y no fingiré lo contrario.
La decisión es tuya. Puedo ser un sueño pasajero... o tu peor pesadilla


...deja que muera... que arda hasta los cimientos... y harás bien.

lunes, 22 de marzo de 2010

Cosas de gatos.

Hoy, he escuchado unos ruidos extraños en la puerta. Como se repetían intermitentemente, y me han llamado la atención, he decidido salir para descubrir qué era lo que los producía. Lo que he encontrado ha sido ésto:



Se llama Mishi, y es el gato de mis vecinos, que no estaban en casa, así que les he dejado una nota en la puerta. Resulta que yo también tengo un gato, bastante más pequeño que él. Así que cuando lo ha visto, se ha asustado mucho:



Quizá es un poco exagerado, pero son cosas de gatos. Tras el susto inicial, se ha acercado al invitado, con el fin de examinarle:



Al momento, mi pequeño Sartre (pues ése es su nombre) ha iniciado una extraña danza alredeor de Mishi, medio amenazándole, medio investigándole:




Y por lo que parece, no le ha gustado lo que en él ha encontrado...



...y así se lo ha hecho saber al intruso:



Afortunadamente, el enfrentamiento no ha dado para más. Al poco tiempo, mis vecinos han llamado a la puerta tras leer la nota que les he dejado, y se han llevado a Mishi. Sartre, por fin, ha podido quedarse tranquilo

miércoles, 17 de marzo de 2010

Soledad

Es una palabra que me gusta especialmente, tanto por su forma como por lo que implica. Empieza por Sol, termina en Edad, una parte suya al revés es Delos, como el Oráculo, tengo una tía que se llama Soledad, y casi casi puede escribirse Dedales con ella. En fin, es una palabra molona. En tanto a lo que evoca, bien, esta palabra me recuerda a una parte de mi vida, una parte hermosa a su manera, ya que la Soledad es bonita si sabemos hacerla nuestra amiga. Me recuerda a cuando discutía por cualquier cosa con mis padres, y alegando que iba a la biblioteca a estudiar, o al gimnasio mismamente, me iba a dar un largo paseo, o a sentarme sólo en un banco a pensar y escribir. Justo como ahora. Quizá por eso me haya acordado. Son recuerdos agridulces, empiezan todos con una discusión, pero acaban con un sentimiento de paz y tranquilidad que en muy pocas situaciones he alcanzado. Seguro que cuando leíste el título, pensaste que ésta iba a ser una historia nostálgica y triste. Pues te equivocaste, al menos en parte. No niego que sea nostálgica, ya que hablo de recuerdos buenos y malos, pero yo no considero que sea triste. Y es que la palabra Soledad suele estar rodeada de un halo de negativismo, tiene una connotación de tristeza, de abatimiento, de desesperación, incluso. Pero para mí la Soledad no es nada mala, al contrario. No digo que haya que huir de la compañía porque estando solo se está mejor, no siempre, al menos. Pero a veces es necesario huir del jaleo de nuestras vidas, dejar nuestra mente en blanco, fingir que no tenemos preocupaciones hasta que acabemos por creérnoslo, olvidarnos de toda nuestra vida desde el principio hasta el segundo anterior al momento que estamos viviendo, darse cuenta de que ni pasado ni futuro existen, sólo hay “yo”, “ahora” y “aquí”. Como el leñador que no quería parar de talar para afilar el hacha, pese a que sin hacerlo, seguir con su trabajo le llevaría el doble de tiempo y esfuerzo, con demasiada regularidad nos obcecamos en seguir al límite, pensando que podemos con todo lo que nos venga encima, y que no podemos parar, porque entonces perderíamos el ritmo y quién sabe cuántas cosas se quedarían por hacer. De esta forma, aunque empecemos con muchas ganas, poco a poco nos vamos arrugando, avanzamos a trompicones y cuando ya ni eso podemos, nos dejamos arrastrar por la inercia, aguantando todos los golpes que nos puedan llegar. Pero claro, no podemos parar, porque si no… Porque si no, ¿qué? Claro que podemos parar. Claro que debemos parar. Irnos a un sitio tranquilo, donde estemos solos aunque estemos rodeados, respirar hondo y dejar de pensar.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.

Y una vez estemos relajados y nos hayamos recuperado de nuestra fatiga social, retomar esas relaciones, que hemos dejado aparcadas un momento para poder afilar nuestro hacha, con un nuevo impulso y una motivación renovada. Cuando estamos en la piscina, ¿a que es muy difícil llegar al borde opuesto y volver con un solo impulso de nuestros pies? Es imposible. Es mejor llegar allí impulsándonos primero y nadando después, y volviéndonos a impulsar para volver a nuestra orilla. Y por mucho que a uno le guste nadar, al final se acaba cansando y necesita tomar el sol un rato en el césped, para más tarde volver al agua a nadar con nuevas ganas.

viernes, 12 de marzo de 2010

Enhorabuena

Dar la enhorabuena es un recurso muy sucio. Cuando no se hace de verdad, me refiero.
Me explico: tú y yo estamos manteniendo un “duelo”. Verbal, por supuesto. Verbal y mental. Como si fuese un juego de niños, tú intentas quedar sobre mí, porque tienes más, porque lo tienes mejor, porque lo tienes más bonito, porque tu padre tiene esto, porque tu tío vive aquí… mientras que yo, por mi parte, pretendo lo mismo, porque yo tengo más, mejor y más bonito que tú. Así, vamos tirando. La gente nos contempla boquiabiertos, esperando a ver quién gana. Ahora tú me superas, ahora yo te adelanto. Pero, de repente, ocurre un imprevisto horrible, y es que tú me dices tu argumento definitivo, ése que no puedo superar, que nadie puede hacerlo. Me dejas desnudo ante la multitud, todos te apoyan, se ponen de tu parte, mientras que yo veo cómo estoy a punto de quedar fatal. Es entonces cuando algo se me ilumina en la mente. Como si de un as guardado en la manga, o de un puñal bien escondido en la caña de mi bota se tratase, saco el arma más mortífera y rastrera con la que se pueda zanjar este asunto. Y es muy simple de utilizar. Únicamente tengo que hacer una sonrisa de medio lado, poner cara de que no me importa lo que dices, y medio entre risas decir: “ENHORABUENA”. De esta forma, pareces un ser infantil e inmaduro, que ha estado permanentemente tratando de superarme con argumentos estúpidos, tomándote en serio la discusión mientras que a mí me resbalaba todo cuanto decías. Estupendo, he recuperado a mi público, vuelven a estar de mi parte, vuelvo a quedar bien, y ahora sí, esta vez tú no puedes hacer nada.
Pero, ¿es que nadie se da cuenta de que yo también he participado en el mismo juego infantil?
Seamos coherentes, dejemos de recurrir a este tipo de trucos para quedar por encima. A veces es bueno darse cuenta de que algo o alguien te supera, te hace consciente de tus propias limitaciones y puede servirte como motivación para superarle, o más bien, para superarte a ti mismo. No es correcto intentar salir de una discusión en la que tú también has participado zanjándola de tal forma que dejes al otro como un inmaduro que intenta mostrar cuán perfecta es su vida mientras que a ti no te importa. Bien sabes que te importa, bien sabes que le envidias, bien sabes que te supera, de alguna forma u otra.
En fin, sólo quería plasmar aquí algo que me da verdadero asco. Puede que tú recurras a ello en tus discusiones, pero si me lo dices a mí, desde hora sabrás que seré yo quien sonría triunfalmente cuando me des la enhorabuena humillante. Quizá pienses que has quedado por encima, que me has derrotado, que me has humillado, que me has hecho daño... lo que yo sé, es que jamás te diré una cosa:

Enhorabuena.

jueves, 21 de enero de 2010

Retales de un sueño

-¿Cómo fue?
-Es una historia larga y complicada.
-Tengo tiempo.
-Sigue siendo complicada.
-También tengo ganas.
-Está bien…


...

Desde el momento en que la vi por vez primera, supe que era una persona especial. Quizá por su forma de hablar, de una forma inusitadamente educada en un entorno tan propenso a la vulgaridad; tal vez por sus andares inseguros pero bien dirigidos, que dejaban traslucir que tenía un rumbo bien marcado, pese a que luego le costara avanzar por él; quizás me llamó la atención simplemente por su originalidad, a diferencia del resto de personas que allí se encontraban, ella no era una copia más, parecía haber sido cortada por un patrón diferente. Un patrón marcado por un pasado algo turbulento e inestable. Pero yo aún no sabía esto, tuve que averiguarlo después.
Recuerdo que me dijeron que no me acercara a ella. Generalmente, cuando te dicen eso, sueles obedecer, y si te acercas, lo haces con muchos prejuicios y con la precaución por delante. Pero a diferencia de otras veces, no me dieron ningún motivo de por qué hacerlo. “No te acerques, será mejor para ti”. Bien, pero, ¿tú quién eres? ¿tú quién eres para decirme eso? No confío en ti, aún, aunque luego el tiempo me demostró que hice bien en no confiar nunca en él, así que no tengo por qué hacerte caso. El problema fue después, cuando alguien en quien sí confiaba, y en el que sigo confiando, me dijo lo mismo. Pero tampoco me dio razones. Y eso, en alguien como él, me extrañó. De nuevo, el Gran Maestro, el tiempo, nos demostró a ambos lo equivocados que estaba. Quizá debido a la falta de motivos, decidí desoír sus consejos y lanzarme a la piscina… Con todas sus consecuencias. Decidí acercarme, decidí conocerla, decidí decidir por mí mismo si merecía la pena seguir a su lado o separarse para no volver. Pero todo esto, después de haberme acercado. Y mucho. No puede verse la hermosura o fealdad de algo desde lejos, no de forma plena, al menos.
Y eso fue lo que hice. Sabía que probablemente, y ahora lo sé a ciencia cierta, levantaría críticas y polémicas. Pero me daba igual. Algo me empujaba a hacerlo. Recuerdo que al principio todo iba bien. Era una persona como las demás, pero algo en ella me atraía. Era como una fruta desconocida y exótica. No conocía su sabor… pero la piel me gustaba. Y como me gustaba, un día di el mordisco, y atravesé lo superficial. No lo hice voluntariamente, prácticamente fui empujado a ello. Pero el empujón no me desagradó. Quiero decir, en ese momento me sentí mal, pero ahora lo pienso y… creo que fue un gran paso. Para los dos. Fue el día en el que fui plenamente consciente de que ella no era bien recibida. Alguien hizo una broma aparentemente inocente sobre ella, y todos se rieron. Todos, menos ella. Cuando me giré para ver su reacción, ésta ya se había producido. Estaba llorando. Durante días hablé muchísimo con ella, la consolé, la conocí, la comprendí… y comencé a verla como la veo hoy.
El tiempo pasó. Yo tenía una cita en Madrid. Y como el grupo de amigos había decidido ir allí, fui con ellos. Me extrañó que ella no estuviese esperando el autobús, como todos. Cuando pregunté, uno de ellos, el mismo que me previno de ella, me dijo que mejor nos íbamos sin ella. Me pareció mal, pero yo tenía una cita y no quería llegar tarde, y menos discutir, así que lo dejé pasar. La tarde fue avanzando, y yo disfruté junto a la persona con la que iba. Nos dejaron solos, cosa que agradecí. Entonces pasó algo que yo ahora califico como una especie de alineación de planetas. Ocurrió en unas pocas horas aquello que nos uniría en un futuro. Mi pareja y yo nos encontramos con ella y una amiga, en mitad de la Gran Vía. Tras las presentaciones de rigor, charlamos unos minutos sobre temas banales y nos fuimos cada uno a su lado. Y puede parecer un hecho inofensivo, pero ahora sé que no fue así. La misma serpiente que me había prevenido de ella, la que me dijo que no la esperaríamos, ese ser de inferior existencia, la sedujo. Sólo de pensarlo algo se me remueve por dentro. Cada vez que lo imagino, juró que daría todo lo que tengo por estar delante suya y hacérselo pagar. Después de que esto ocurriera, él cambió la historia para que ella pareciese la mala. Y todos le creyeron a pies juntillas.
Tras estos hechos, el ánimo de ella empeoró mucho, y algo me instaba a que estuviera a su lado, a que la ayudara, a que la escuchara si es que no podía hacer nada más. Sin saber cómo, había adquirido una responsabilidad sobre ella. Una responsabilidad voluntaria. Una responsabilidad que existía porque yo quería. Sentía la necesidad de cuidarla, de protegerla, de que supiera que podría contar conmigo pasara lo que pasara. Sé que ella lo sabía, y que se sentía a gusto conmigo. Poco a poco, nuestro lazo se hizo más fuerte y estrecho, mientras otros se distendían y resquebrajaban.
Un año se comió a otro, y los meses se fueron sucediendo hasta llegar a marzo. Durante todo este tiempo, algún que otro cambio (y no todos agradables) habían tenido lugar en mi vida. El más importante, y el que más nos ocupa ahora, es que a los poquitos, me había enamorado de ella. La curiosidad del principio dejó paso a la atracción de después, y por último, a la fascinación y adoración de todo cuanto hacía. Mucho tiempo hacía que yo no sentía algo así. En realidad, nunca lo había sentido. Recuerdo marzo con especial cariño. Fue cuando comenzó mi acercamiento final, cuando decidí jugarme todo lo que tenía, si bien tardé bastante en dar el paso, y decirle aquello que sentía. Como la jugada directa nunca había sido mi fuerte, opte por las pequeñas, ¿pequeñas?, indirectas, esperando que ella las captase. Si lo hizo, supo mantener el tipo muy bien.
Abril llegó y, junto con la primavera, llegó también el viaje que había preparado el colegio para ir a Valencia. Era mi oportunidad, y vaya si la aproveché. La primera noche conseguí superar mis nervios y decir con voz segura, no tan segura, quizás, todo aquello que tenía que decirle. Para mi sorpresa, ella no se espantó, sino que parecía… ¿receptiva? No sé cómo llamarlo. ¿Agradada? Notaba en su voz un calor que me daba esperanzas. Los días que quedaban de viaje, y la semana de después fue como vivir en una nube para mí. Con alguna que otra lluvia, pero en una nube, al fin y al cabo. Pasado ese tiempo, quedamos en Madrid (donde creo que el Destino quiere llevarme, por algún extraño motivo) para dejar las cosas claras. Yo lo hice. Dije que la quería con locura, y que estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario hasta que ella se hubiese decidido. Pero no hizo falta. Ella quiso dar el gran salto en ese mismo momento. Me quería. Nos queríamos. Tomados de la mano dimos el salto desde aquel sillón del Starbucks de la calle Arenal. Y ese 25 de abril fue el primer día en mucho tiempo en que sentí que mi vida estaba completa.

Y aquí acaba la historia



-¿Cómo que acaba la historia? ¿No hubo nada más después del gran salto?
-Claro que hubo. Aún estamos volando.
-Entonces la historia no acaba.
-Sí, sí que lo hace. Esa historia acaba, y empieza otra. Muy distinta.
-¿Por qué no me la cuentas? Aún tengo tiempo
-Porque no puedo hacerlo sólo. Esa historia no me pertenece a mí
-Ah, ¿no? ¿Y a quién pertenece?
-Esa historia… nos pertenece a ambos… Y es sólo nuestra.