lunes, 22 de marzo de 2010

Cosas de gatos.

Hoy, he escuchado unos ruidos extraños en la puerta. Como se repetían intermitentemente, y me han llamado la atención, he decidido salir para descubrir qué era lo que los producía. Lo que he encontrado ha sido ésto:



Se llama Mishi, y es el gato de mis vecinos, que no estaban en casa, así que les he dejado una nota en la puerta. Resulta que yo también tengo un gato, bastante más pequeño que él. Así que cuando lo ha visto, se ha asustado mucho:



Quizá es un poco exagerado, pero son cosas de gatos. Tras el susto inicial, se ha acercado al invitado, con el fin de examinarle:



Al momento, mi pequeño Sartre (pues ése es su nombre) ha iniciado una extraña danza alredeor de Mishi, medio amenazándole, medio investigándole:




Y por lo que parece, no le ha gustado lo que en él ha encontrado...



...y así se lo ha hecho saber al intruso:



Afortunadamente, el enfrentamiento no ha dado para más. Al poco tiempo, mis vecinos han llamado a la puerta tras leer la nota que les he dejado, y se han llevado a Mishi. Sartre, por fin, ha podido quedarse tranquilo

miércoles, 17 de marzo de 2010

Soledad

Es una palabra que me gusta especialmente, tanto por su forma como por lo que implica. Empieza por Sol, termina en Edad, una parte suya al revés es Delos, como el Oráculo, tengo una tía que se llama Soledad, y casi casi puede escribirse Dedales con ella. En fin, es una palabra molona. En tanto a lo que evoca, bien, esta palabra me recuerda a una parte de mi vida, una parte hermosa a su manera, ya que la Soledad es bonita si sabemos hacerla nuestra amiga. Me recuerda a cuando discutía por cualquier cosa con mis padres, y alegando que iba a la biblioteca a estudiar, o al gimnasio mismamente, me iba a dar un largo paseo, o a sentarme sólo en un banco a pensar y escribir. Justo como ahora. Quizá por eso me haya acordado. Son recuerdos agridulces, empiezan todos con una discusión, pero acaban con un sentimiento de paz y tranquilidad que en muy pocas situaciones he alcanzado. Seguro que cuando leíste el título, pensaste que ésta iba a ser una historia nostálgica y triste. Pues te equivocaste, al menos en parte. No niego que sea nostálgica, ya que hablo de recuerdos buenos y malos, pero yo no considero que sea triste. Y es que la palabra Soledad suele estar rodeada de un halo de negativismo, tiene una connotación de tristeza, de abatimiento, de desesperación, incluso. Pero para mí la Soledad no es nada mala, al contrario. No digo que haya que huir de la compañía porque estando solo se está mejor, no siempre, al menos. Pero a veces es necesario huir del jaleo de nuestras vidas, dejar nuestra mente en blanco, fingir que no tenemos preocupaciones hasta que acabemos por creérnoslo, olvidarnos de toda nuestra vida desde el principio hasta el segundo anterior al momento que estamos viviendo, darse cuenta de que ni pasado ni futuro existen, sólo hay “yo”, “ahora” y “aquí”. Como el leñador que no quería parar de talar para afilar el hacha, pese a que sin hacerlo, seguir con su trabajo le llevaría el doble de tiempo y esfuerzo, con demasiada regularidad nos obcecamos en seguir al límite, pensando que podemos con todo lo que nos venga encima, y que no podemos parar, porque entonces perderíamos el ritmo y quién sabe cuántas cosas se quedarían por hacer. De esta forma, aunque empecemos con muchas ganas, poco a poco nos vamos arrugando, avanzamos a trompicones y cuando ya ni eso podemos, nos dejamos arrastrar por la inercia, aguantando todos los golpes que nos puedan llegar. Pero claro, no podemos parar, porque si no… Porque si no, ¿qué? Claro que podemos parar. Claro que debemos parar. Irnos a un sitio tranquilo, donde estemos solos aunque estemos rodeados, respirar hondo y dejar de pensar.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.

Y una vez estemos relajados y nos hayamos recuperado de nuestra fatiga social, retomar esas relaciones, que hemos dejado aparcadas un momento para poder afilar nuestro hacha, con un nuevo impulso y una motivación renovada. Cuando estamos en la piscina, ¿a que es muy difícil llegar al borde opuesto y volver con un solo impulso de nuestros pies? Es imposible. Es mejor llegar allí impulsándonos primero y nadando después, y volviéndonos a impulsar para volver a nuestra orilla. Y por mucho que a uno le guste nadar, al final se acaba cansando y necesita tomar el sol un rato en el césped, para más tarde volver al agua a nadar con nuevas ganas.

viernes, 12 de marzo de 2010

Enhorabuena

Dar la enhorabuena es un recurso muy sucio. Cuando no se hace de verdad, me refiero.
Me explico: tú y yo estamos manteniendo un “duelo”. Verbal, por supuesto. Verbal y mental. Como si fuese un juego de niños, tú intentas quedar sobre mí, porque tienes más, porque lo tienes mejor, porque lo tienes más bonito, porque tu padre tiene esto, porque tu tío vive aquí… mientras que yo, por mi parte, pretendo lo mismo, porque yo tengo más, mejor y más bonito que tú. Así, vamos tirando. La gente nos contempla boquiabiertos, esperando a ver quién gana. Ahora tú me superas, ahora yo te adelanto. Pero, de repente, ocurre un imprevisto horrible, y es que tú me dices tu argumento definitivo, ése que no puedo superar, que nadie puede hacerlo. Me dejas desnudo ante la multitud, todos te apoyan, se ponen de tu parte, mientras que yo veo cómo estoy a punto de quedar fatal. Es entonces cuando algo se me ilumina en la mente. Como si de un as guardado en la manga, o de un puñal bien escondido en la caña de mi bota se tratase, saco el arma más mortífera y rastrera con la que se pueda zanjar este asunto. Y es muy simple de utilizar. Únicamente tengo que hacer una sonrisa de medio lado, poner cara de que no me importa lo que dices, y medio entre risas decir: “ENHORABUENA”. De esta forma, pareces un ser infantil e inmaduro, que ha estado permanentemente tratando de superarme con argumentos estúpidos, tomándote en serio la discusión mientras que a mí me resbalaba todo cuanto decías. Estupendo, he recuperado a mi público, vuelven a estar de mi parte, vuelvo a quedar bien, y ahora sí, esta vez tú no puedes hacer nada.
Pero, ¿es que nadie se da cuenta de que yo también he participado en el mismo juego infantil?
Seamos coherentes, dejemos de recurrir a este tipo de trucos para quedar por encima. A veces es bueno darse cuenta de que algo o alguien te supera, te hace consciente de tus propias limitaciones y puede servirte como motivación para superarle, o más bien, para superarte a ti mismo. No es correcto intentar salir de una discusión en la que tú también has participado zanjándola de tal forma que dejes al otro como un inmaduro que intenta mostrar cuán perfecta es su vida mientras que a ti no te importa. Bien sabes que te importa, bien sabes que le envidias, bien sabes que te supera, de alguna forma u otra.
En fin, sólo quería plasmar aquí algo que me da verdadero asco. Puede que tú recurras a ello en tus discusiones, pero si me lo dices a mí, desde hora sabrás que seré yo quien sonría triunfalmente cuando me des la enhorabuena humillante. Quizá pienses que has quedado por encima, que me has derrotado, que me has humillado, que me has hecho daño... lo que yo sé, es que jamás te diré una cosa:

Enhorabuena.