domingo, 23 de mayo de 2010

Que te jodan

Fuck U - Placebo*

*Hay que abrir el enlace en una ventana/pestaña nueva si queréis seguir la letra o leer el resto de la entrada.


There's a look on your face I would like to knock out,
See the sin in your grin and the shape of your mouth
All I want is to see you in terrible pain
Though we wont ever meet I remember your name
Can't believe you were once just like anyone else
Then you grew and became like the devil himself
Pray to God I can think of a kind thing to say
But I don't think I can, so fuck you anyway

You are scum, you are scum and I hope that you know
That the cracks in your smile are beginning to show
Now the world needs to see that it's time you should go
There's no light in your eyes and your brain is too slow
Can't believe you were once just like anyone else
Then you grew and became like the devil himself
Pray to God I can think of a kind thing to say
But I don't think I can,
so fuck you anyway.

Bet you sleep like a child with your thumb in your mouth
I could creep up beside, put a gun in your mouth
Makes me sick when I hear all the shit that you say
So much crap coming out, it must take you all day
There's a space kept in Hell with your name on the seat
With a spike in the chair just to make it complete
When you look at yourself do you see what I see?
If you do why the fuck are you looking at me?

Why the fuck, why the fuck are you looking at me?

There's a time for us all and I think your's has been
Can you please hurry up 'cause I find you obscene
We can't wait for the day that you're never around
When that face isn't here and you rot underground
Can't believe you were once just like anyone else
Then you grew and became like the devil himself
Pray to God I can think of a kind thing to say
But I don't think I can so fuck you anyway

So fuck you anyway


Deliciosa canción de un gran grupo y con un suculento mensaje. Lo cierto es que siempre he querido mandar a alguien a tomar por culo. No a nadie en concreto, quiero decir, simplemente decirle a alguien tras una discusión -o justo antes de ella- "VETE A TOMAR POR CULO". Tiene pinta de ser algo que libere mucho el espíritu, sobretodo si ha habido tensiones previas. Desgraciada o afortunadamente (depende del objetivo con el que enfoquemos), hasta ahora no he tenido ocasión, o mejor dicho, no he querido tener ocasión. La oportunidad ha estado ahí varias veces, pero siempre la he dejado pasar por quién sabe qué motivos. Quizá por decoro (lo dudo), quizá por no quedar mal del todo con esa persona con la que estás discutiendo, quizá por no avivar las llamas de una hoguera que ya se estaba apagando. Pero la verdad es que las ganas las he tenido, y las tengo. Así que creo que no me voy a despedir sin antes lanzar un mensaje a quien se sienta aludido (en tal caso, le ruego que deje un comentario diciendo quién es y explicando el motivo, para saber si he dado en la diana o si por el contrario he insultado a alguien sin pretenderlo).

VETE A TOMAR POR CULO

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martes, 18 de mayo de 2010

El mar de té

Aquí estoy, rodeado por mis amigos, gente respetable con creencias firmes en la ciencia y el método científico, gente que no se deja convencer por habladurías y que me miran con cara de incredulidad y de lástima mientras les cuento lo que me ha sucedido, una historia fantástica a la par que increíble que me ha tenido ocupado durante la última semana.
Estamos sentados en la sala de fumar, cada uno de nosotros tiene una cerveza negra bien fría.
Les cuento con tranquilidad lo que me ha pasado y ellos muestran un aparente interés, pero yo no puedo evitar pensar que lo mantienen por lo magnético y fantasioso de la historia, pero no me toman en serio, se burlan de mí, piensan que lo hago por entretenerles, o quizá que estoy loco. Es posible que los mozos celadores del manicomio municipal se estén acercando en este momento.
No puedo evitar relatar mi historia con profunda intensidad y con certera creencia de que efectivamente sucedió. No puedo evitar hablarles de ello muy concentrado y enfrascado en mi propia historia, eso es lo que les hace mantenerse alerta y considerarme un loco, un bufón o un niño.
Hace una semana me senté en esta misma sala a tomar el té. Hace tiempo que dejé de fumar, por eso ya solo uso la sala del tabaco para tomar el té los domingos. Dejé de fumar porque me levantaba tosiendo todas las mañanas y porque mis mocos habían perdido su color verde habitual para vestirse de luto y a parecer ante mí negros como el carbón. Como el carbón en el que se estaban convirtiendo mis pulmones. Ahora puedo decir además que me alegro de haber dejado de fumar porque mis pulmones han sido muy necesarios en esta última semana.
Como digo, estaba sentado dispuesto a tomar el té que mi ama de llaves prepara para mí cada domingo. Esa mujer es como de la familia, quizá por eso siempre pasa por alto mis instrucciones. Prepara el té más caliente de la ciudad, y yo odio las bebidas demasiado calientes porque siempre tardo una eternidad en bebérmelas. Soy un hombre impaciente y no soporto plantarme delante de mi taza de té durante media hora hasta que me atrevo a pegar el primer trago.
Todo el mundo sabe que el té se enfría tomando la cuchara y sacando a pasar pequeñas cantidades de líquido. También surte efecto darle vueltas, cuanto más deprisa mejor. A veces la taza viene demasiado llena como para hacerlo con mucha energía, pero esta vez no estaba hasta arriba. Así que pude tomar mi cuchara y voltear con todas mis fuerzas. Giré la muñeca, el brazo, la cuchara, pensaba que giraría yo también, por un momento temí levantarme como las hélices de un helicóptero y clavarme en lo alto de mi techo y pasar al piso inmediatamente superior, y después al siguiente, y al siguiente, y así, sin parar hasta que hubiera atravesado el tejado y hubiera seguido ascendiendo hasta el cielo y a través de las nubes hasta el espacio sideral, agarrado a mi taza de té caliente.
Pero en lugar de eso me vi absorbido por el remolino resultante. Toda la fuerza que yo presuponía hacia arriba me arrastró inevitablemente hacia el fondo de la taza y, sin poder evitarlo, me vi abocado con cuchara y todo al fondo de un mar de té en el que yo no era más que una pequeña mota minúscula. La fuerza que mi giro produjo en el agua obró el milagro, allí estaba yo, pequeño como una molécula, sumergido hasta la cabeza en un océano de té templado. Gracias a Dios, los bríos proporcionados al brebaje lo había enfriado lo bastante como para que mi reducido cuerpo aguantase la temperatura y no me derritiera.
A veces, una corriente de aire caliente proveniente de lo más profundo y cálido de mi mar me elevaba hacia el borde de la taza, pero sin esperanza de poder agarrarme a él, rodeado de vapores de té, excitado y nervioso por mi nueva condición. Luego caía con violencia, una vez que el influjo de la nube ascendente había desaparecido, precipitándome de nuevo al mar de té del que había salido.
Durante horas aguanté flotando en aquel mar. Me agarraba y me escudaba como podía en la espuma resultante que gobierna el centro del elemento en el que me encontraba. Dicen los cocineros que esa espuma que se produce en un líquido hervido está cargada de impurezas. De hecho tienen razón. Pequeños granos de tierra estaban rodeados de una espuma blanca, igual que la que forman las olas al chocar contra los acantilados de Dover. Apenas aguantaban a flote en este mar infuso, pero yo me aferraba a ellas como un naufrago a su tabla. Durante unos segundos conseguían desahogar mis fuerzas y me permitían recuperar la circulación en las piernas, librándome de un calambre que, a buen seguro habría resultado fatal.
Angustiado veía como cada vez había menos granos de azúcar y piedras alrededor de mí, cada vez veía con más temor y con mayor y atenazante pánico como mis reservas de piedras y porquería se veían reducidas a la mitad cada minuto. Finalmente me vi sujeto al último grano que quedaba, rodeado de una espuma blanca que apenas podía sustentarme.
Cuando se hundió por sorpresa me vi sumergido bajo las aguas, pero me quedaron fuerzas para salir a flote. Durante horas aguanté como pude flotando en el agua, tratando de ahorrar mis fuerzas y de racionar mis esfuerzos. Aguante mucho tiempo a flote, pero sin ninguna esperanza.
Es evidente que una persona que flota a la deriva en medio del océano solo puede encomendarse a dos cosas. Una, que la marea le lleve a tierra firme y acabar en una isla desierta o, en el mejor de los casos, en una isla poblada por habitantes hospitalarios. Dos, que una embarcación pase lo bastante cerca como para reparar en su presencia y saber evaluar su situación comprometida, y que le rescaten. Creo que no hace falta que explique que no aspiraba a ninguna de las dos cosas. En una taza de té no hay islas, y mucho menos embarcaciones.
Aguanté todo lo que pude, de verdad, pero al final me vi vencido por las circunstancias y vi como mi cuerpo se adentraba en un agua ocre llena de teína y excitantes que me habían mantenido lo bastante activo como para aguantar hasta entonces.
No podréis creer lo que vi en mi viaje subteíno, no puedo creerlo ni yo, y eso que me vi en esta situación maravillosa e increíble. El mar del té está lleno de vida. No es un mar inerte, ocre y aburrido, es un mar nutritivo del que se alimentan multitud de seres muy especiales y fantásticos. Peces de color marrón nadaban en sus aguas. Puede que antes no hubiera reparado en su presencia por mi propio nerviosismo, pero ahora que estaba apunto de ahogarme y que había perdido toda esperanza, si es que la tuve en algún momento, podía contemplarlos en su esplendor.
Son peces preciosos, muy bonitos y que se camuflan muy bien, adaptados a su medio como pocas especies. Por eso nosotros no los vemos, porque son de un color idéntico a su mar. Pero les aseguro que si se acercan lo bastante a su taza podrán comprobar como nadan en bancos de enorme tamaño. Son más bien como truchas, pero no tienen bigotes, sino ojos perfectamente desarrollados y que les permiten navegar con destreza de marinero. Son como truchas pero con unas aletas muy pequeñas, porque no tienen que cubrir grandes distancias. Son como truchas, pero no tienen las escamas plateadas, ni resbaladizas. Sus escamas son como de terciopelo, pero de terciopelo marrón, como el que se usa para cubrir los estuches de los instrumentos musicales.
También había pequeñas tortugas de color ocre, idéntico, pero con las pezuñas amarillas. Ambas especies guardaban un asombroso equilibrio, ninguna de las dos se atacaba o mantenía disputas. Apuesto a que vivían y se alimentaban gracias a las impurezas del propio té, pero no a las que flotan en la superficie, sino a las que le dan al té su propia naturaleza, las que provienen de las hierbas que sirven para prepararlo. Esto me hizo pensar que no era necesario semejante adaptación al medio. Solo había visto dos especies en este mar y parecían convivir en paz. No es necesario especializarse si no tienes un enemigo, las guerras ayudan al desarrollo porque se hace acuciante y necesario, del mismo modo, los depredadores azuzan a la evolución para dotar a sus hijos de mejores armas para afrontar una lucha desigual.
Pensar que algún pez más grande que no había visto nadaba en estas aguas no me hacía estar precisamente tranquilo, pero en realidad ya no importaba, todo estaba perdido.
Pero de pronto, una corriente me empujó primero hacia delante, y luego hacia atrás. En un primer momento me vi muy sorprendido, pues este mar, carece de mareas cuando nadie le da vueltas. Pero enseguida mis peores temores tomaron la forma de una gran ballena ocre que había pasado desapercibida para mí. Abrió su gran bocaza y se dispuso a engullirme rodeado de pececillos ocres. Estos intentaron huir, pero sus pequeñas aletas no les permitían realizar los eléctricos movimientos necesarios para semejante proeza, así que me vi en un segundo dentro de las fauces de ese monstruoso animal ocre, semejante a una ballena blanca pero de un color ocre intenso, rodeado de pececillos desahuciados.
Perdí el conocimiento, pero para mi sorpresa, no perdí la vida. Me desperté en penumbra, pero vivo. Empapado de té, con un olor horrible y agotado de luchar. El interior de la ballena era húmedo, el té me llegaba hasta las rodillas, pero podía respirar. Me había concedido una tregua. Estaba vivo y podía luchar por salir de allí.
Alentado por la sorpresa me puse a urdir un plan que me permitiría regresar con los míos. Es cierto que estaba en el interior de una ballena del té, rodeado de un mar templado que mi ama de llaves había preparado, pero se puede estar en sitios peores, siempre he odiado estar sentado delante de un examen que no he estudiado.
Me propuse acabar con todo esto de la manera más lógica. Lo normal para acabar con el té, lo que todos hacemos y para lo que ha sido creado. Beber y beber hasta que has acabado con todo. Pero para llevar a cabo mi desesperado y descabellado plan primero debía salir de aquella inmensa criatura.
Sabía que las ballenas blancas tienen un orificio en su lomo para evacuar agua, no sé ni para que sirve ni como funciona, pero mi última esperanza era que esta ballena estuviera dotada del mismo agujero. Estaba seguramente en la cola, solo tenía que remontar la ballena hasta la cabeza, unos 10 o 12 nuevos metros de enano. Mis piernas caminaban sobre un terreno inestable y tierno, no explorado por nadie antes y lo bastante agotador como para hacerme perder el equilibrio varias veces.
No tenía luz, solo mi instinto me guiaba por su estómago, intestino, pulmones y demás órganos vitales. Tras horas de viaje, o por lo menos eso me apreció, alcance las barbas de la ballena, esos pelos enormes como sogas que sustituyen a los dientes de los animales carnívoros y que habían dado saludable y preservante cuenta de mí.
Trepé a través de ellos, bañado periódicamente por oleadas de infusión que entraban por la boca del animal. Pero me mantuve firmemente agarrado, convencido de que era justo lo que tenía que hacer para salir con bien de aquel fregado. Alcancé una cavidad en la cabeza del mastodonte y me puse a palpar como un loco en busca del orificio. No hizo falta, la cavidad se llenó en un segundo y las paredes se hundieron y se abrazaron para expulsar el líquido a una presión notable a través de un agujero por el que salí a duras penas, contraído e intentando ocupar el menor espacio, por si acaso.
De nuevo estaba rodeado de ese mar cobrizo que tanto me gustaba cuando medía un metro y ochenta centímetros.
No quise dilatar por más tiempo mi precaria situación y comencé a beber como no lo había hecho nunca. A pesar de mi tamaño me vi sorprendido por una capacidad inusitada para beber sin parar cantidades monstruosas de té.
Me hinché como un globo, salí a flote, y solo anteponiendo mi cabeza a mis pies logré sumergirme lo bastante como para seguir bebiendo. El nivel de la taza descendía lenta pero constantemente y por fin mis esfuerzos comenzaban a dar sus frutos. Ya había logrado beber media taza y no veía que mi ansia tocara fondo y ni mucho menos mi determinación. Y así, convencido de que acabaría bebiéndome aquella taza entera llegué a las tres cuartas partes. Las ballenas se dieron un último festín, los pequeños peces y las tortugas estaban cada vez más juntos gracias al descenso del nivel de sus aguas, y las ballenas encontraron en ellos una presa fácil.
Yo, por mi parte, cada vez era más grande, había crecido lo bastante como para llenar por mí mismo media taza, y cada vez me quedaba menos por beber. Ya no estaba sumergido como antes, ahora era algo así como un borracho intentado beberse una bañera de Whiskey.
Un último estirón me permitió beberme la taza completa y aumentar mi tamaño hasta mis añorados “metro y ochenta centímetros”. La taza reventó, y con ella, mis pequeños amigos ahora de un tamaño inapreciable, pero ningún líquido se derramó sobre la mesa en la que ahora estaba sentado porque todo estaba en mi estómago.
Aliviado por haber salido con vida sentí, sin embargo, unas ganas horribles de ir al baño y mear todo lo que había bebido.
Dos días, con sus dos noches, estuve de pié delante de la taza de mi retrete. Me temblaban las piernas, pero aquel torrente no acababa nunca. Mi ama de llaves estaba muy preocupada, pero yo le gritaba a través de la puerta cerrada que todo estaba bien y que no hiciera otra cosa que alegrarse por mí, porque por fin estaba a salvo.
Y ahora estoy aquí sentado, delante de todos vosotros, contándoos lo que ha sido para mí una carrera frenética por la supervivencia, pero también un viaje hermoso lleno de prodigios y de maravillas que me hecho amar el té con más fuerza si cabe, aunque ahora lo beba un poco más caliente que antes con tal de no darle vueltas.
- A ver si lo he entendido. ¿Pretendes que nos creamos todo eso? Hombre, me parece un entretenimiento fantástico, pero pretender que un adulto se lo crea es algo más que eso, es un acto de fe, o más bien de locura.
Estas palabras son las últimas que oigo mientras unos mozos, de uniforme blanco y brazos como troncos de roble, me sujetan por detrás y me arrastran fuera de la estancia sin que yo oponga resistencia. Una vez que me han metido en su furgoneta, me enfundan una camisa muy extraña, cuyas mangas se atan mediante correas de cuero a la espalda, impidiéndome cualquier movimiento con los brazos. Supongo que ni yo mismo acabo de creérmelo. Puede que sea cierto, es un acto de fe, o más bien de locura pretender que un adulto se lo crea.
Y tú, ¿Tienes fe? ¿O volverás a voltear tu té antes de darle el primer trago?

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No podía faltar. Conseguí ésta historia en el blog de mi padrino que, además, es una gran persona. De dónde lo sacó él, es un misterio para mí. Álvaro, va por tí.

martes, 11 de mayo de 2010

No me lee ni Perry

No es que me importe demasiado, pero me gustaría darme a conocer un poco más. Gracias a todos los que me seguís, a los que me leéis de verdad y a los que todavía os quedan fuerzas para comentar.
Os quiero a todos.
Sobre todo a Valle.
Sin tí no tendría ganas siquiera de encender el ordenador, mucho menos de escribir. Ahora mismo no tengo muy claro quién voy a ser de aquí a unos años. De hecho, no sé quién voy a ser pasado mañana. Una de las pocas cosas que aportan estabilidad y constancia a mi vida eres tú. Te amo. Sé que, pase lo que pase, seguiré contigo, y tú conmigo, y eso me gusta y tranquiliza a partes iguales. Lo que he vivido contigo es indescriptible (no lo es, pero ésto de aquí es público y bien sabes que eso lo guardo sólo para tí). Eres mi cinturón de seguridad. Mi farola (por iluminar mi vida y, sobre todo, por ser tan delgadita).
Lo que me lleva a Adri. ¿Qué diablos habría sido de mí sin tu eterna presencia a mi lado en clase? Probablemente no habría repetido, pero... qué diablos. Repetiría ese curso truncado diezmil veces si hiciera falta de lo bien que me lo pasé. Pero la vida tenía que continuar. Ahora te echo mucho de menos, y me gustaría poder quedar bastante más contigo. Espero que te vaya genial todo, en especial con Gise. Os merecéis el uno al otro. Te recuerdo mucho cuando estoy en clase, me falta alguien que me pinte los brazos, alguien con quien escribir en un cuaderno verde. También me falta alguien a quien robarle los bolis y desmontárselos durante las horas-torturas de Biología y alguien que me cante guturalmente al oído y me toque el pene en clase de Filo... (vosotros ya sabéis de quién hablo).
Elena, eres genial. Al principio me parecías muy muy rara, me has mosqueado alguna que otra vez y yo te he tocado los co***es de vez en cuando. Pero recuerdo (y creo que jamás olvidaré) un día bajando por la Gran Vía en el que noté una conexión rara y nueva entre tú y yo. Igual ya estaba de antes, pero no me había dado cuenta. El caso es que me hizo echar la vista atrás y darme cuenta de que siempre habías estado para echar una mano, o hacernos unas risas sin más. Ahora eres indispensable.
Todo esto, el hablar de clase y tal, hace que me acuerde de Rafa. Qué gran hombre. Te conozco desde hace poco, pero me has llegado adentro, tío. Eres raro, pero molas. Gracias por descubrirme Love of Lesbian (me han puesto en bandeja momentos geniales con la pequeña, te debo una).

Me dejo mucha gente en el tintero, y no es lo típico que se dice cuando tienes que acordarte de alguien por quedar bien pero en el fondo no sabes qué decir de ellos. Lo que ocurre es que no me apetece seguir escribiendo, así que os den. Björk sabe que lo digo con cariño.

Curiosa entrada como poco. Sólo quería poner el título y el primer párrafo. Pero oye, uno se lía y se lía... y pasan éstas cosas, estos vómitos de pensamiento, este chorreo de ideas que van y vienen. Supongo que quería decirlo, sin más.

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miércoles, 5 de mayo de 2010

Hugleiðingar

Es tarde, ya ha anochecido. Vuelvo a casa en el autobús de siempre después de toda la tarde y parte de la noche fuera. Viajo con la única compañía del conductor, un hombre aburrido que, pese a que me ve todos los días a la misma hora religiosamente cogiendo su autobús, nunca se ha animado a darme conversación. Igual está esperando a que sea yo quien dé el primer paso. Mañana le cuento lo primero que se me ocurra, hoy no tengo ganas. La batería del iPod se me ha acabado, maldición, ahora sí que me voy a aburrir de lo lindo. Absorto en mis vacíos pensamientos, paseo mi mirada por los pequeños detalles del autobús: El botón de STOP que está puesto del revés, la sempiterna ausencia de los martillos de emergencia, las pintadas en los asientos, las ralladuras en los cristales… Y más allá del autobús, la mal iluminada y peor asfaltada carretera, el polígono industrial que descansa tras un duro día, las pocas trabajadoras que tienen turno de noche en la calle. Todo es como siempre, tan habitual que parece que existiera un diálogo entre lo que me rodea y yo mismo.
-Hola de nuevo, poste-de-la-luz-mal-situado-casi-en-mitad-de-la-carretera ¿Qué tal ha ido el día hoy?
-No puedo quejarme, colega, hoy casi consigo que un novato se estrellase contra mí. A ver si mañana hay suerte.
-Eso espero, amigo, buenas noches.
-Buenas noches, hasta mañana.
Nada me hace sospechar que esta noche será diferente. El conductor no va a hablar, el botón de STOP no se colocará bien, el poste de la luz no se apartará. Así que me despreocupo de todo y sigo deambulando con la vista. Ahora me fijo en mí. No me veo mal. No voy vestido para una boda, es más, voy bastante cutre, y llevo esa sudadera descolorida que odio, aunque es amplia y cómoda. No me engaño. Tengo defectos. Si hay algo que me guste en mi sudadera descolorida es eso que tiene que parece decir “eh, mira, tengo defectos, pero no me importan”. Pero lo cierto es que me importan. Me miro en la ventana del autobús ¿Y esos pelos? Menos mal que voy sólo, si no, seguro que se me quedarían mirando con una sonrisilla en los labios, con aire de superioridad. Mi sudadera me da un aire despreocupado, pero por el resto de cosas, la odio. Por muy cómoda y amplia que sea, no es bonita.
Dejo de mirarme, no quiero darle vueltas al asunto ahora mismo. En vez de eso, fijo mi vista en un punto por detrás de mi reflejo en la ventana, y lo que veo me estremece. En todo éste tiempo, no me había dado cuenta de que a unos cuantos metro del autobús en el que viajo, otro autobús, idéntico al mío, viaja a nuestro lado. El mismo tono verde, los mismos abollones. Hasta el conductor parece el mismo. Y me fijo en que sentado en unas cuantas filas de asientos más atrás, en la misma situación en la que voy yo, hay sentado un individuo que me recuerda a alguien. Me recuerda a mí. Es tremendamente parecido a mí. Nos miramos con la misma cara de sorpresa, y acto seguido, a la vez, nuestra expresión pasa a ser la compasión. Él va mucho mejor vestido que yo. Su sudadera me gusta muchísimo, va perfectamente a juego con él. Ojalá la mía fuese así, ya que si a él le sienta bien, a mí tiene que sentarme bien, porque somos prácticamente idénticos. Lleva gafas, como yo, y muy parecidas a las mías, con la diferencia de que a él no le hacen los ojos pequeños. Y su pelo también me gusta. Al igual que yo, se está quedando un pelín calvete, pero lleva un peinado que lo disimula bastante y que además me gusta.
Está claro, éste tío está muy por encima de mí. Por eso me ha mirado con compasión, porque se ha visto reflejado en mí, y ha debido pensar que lo paso peor que él porque, aun siendo muy parecidos, él es mejor. Se ve a primera vista.
Aguantamos la mirada un momento más, y la apartamos a la vez. No podemos soportar mirarnos. A mí me recuerda lo que debería ser. A él le recuerdo en lo que se puede convertir. Intentamos volver a mirarnos, giramos la cabeza a la vez, haciendo el mismo movimiento, y nada más cruzarse de nuevo nuestras miradas, mi autobús entra en un túnel y le pierdo de vista. Aguardo impaciente a que el túnel acabe y ver salir su autobús por el carril contiguo. Pero el túnel acaba, y no sale su autobús, que ha debido tomar algún desvío mientras que yo no podía verlo. Probablemente no vuelva a ver a ese muchacho tan parecido a mí jamás. O quizá…

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Efectivamente, aquella no fue la última vez que le vi. De vez en cuando me parecía percibirle con el rabillo del ojo a la que menos me lo esperaba. Paseando por Madrid, durante una fracción de segundo pude ver que me observaba desde el interior de una tienda, pero cuando me quise fijar, no había nadie al otro lado del escaparate. También me pareció verle en la piscina, reflejado en los azulejos de los vestuarios. Y siempre, siempre, iba mejor vestido que yo, con un corte de pelo mejor, más guapo, más delgado… diablos, hasta parecía más inteligente.
Me obsesioné con encontrarle, y pasé mucho tiempo buscándole. Justo el tiempo que tardé en darme cuenta de que aquel día, en la carretera, ningún otro autobús circulaba a nuestro lado, que lo que vi, era en realidad el reflejo de mi autobús en una fachada acristalada, y que el tipo que tanto se parecía a mí… era yo. Me costó mucho tiempo darme cuenta de esto, y aceptar que aquella persona a la que quería encontrar, estaba dentro de mí.
Después de aquello, no ha cambiado nada. El conductor sigue callado, el botón de STOP dado la vuelta, el poste de la luz, casi en mitad de la carretera. Sólo ha habido una pequeña diferencia:

Me gusta mi sudadera.

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