jueves, 21 de enero de 2010

Retales de un sueño

-¿Cómo fue?
-Es una historia larga y complicada.
-Tengo tiempo.
-Sigue siendo complicada.
-También tengo ganas.
-Está bien…


...

Desde el momento en que la vi por vez primera, supe que era una persona especial. Quizá por su forma de hablar, de una forma inusitadamente educada en un entorno tan propenso a la vulgaridad; tal vez por sus andares inseguros pero bien dirigidos, que dejaban traslucir que tenía un rumbo bien marcado, pese a que luego le costara avanzar por él; quizás me llamó la atención simplemente por su originalidad, a diferencia del resto de personas que allí se encontraban, ella no era una copia más, parecía haber sido cortada por un patrón diferente. Un patrón marcado por un pasado algo turbulento e inestable. Pero yo aún no sabía esto, tuve que averiguarlo después.
Recuerdo que me dijeron que no me acercara a ella. Generalmente, cuando te dicen eso, sueles obedecer, y si te acercas, lo haces con muchos prejuicios y con la precaución por delante. Pero a diferencia de otras veces, no me dieron ningún motivo de por qué hacerlo. “No te acerques, será mejor para ti”. Bien, pero, ¿tú quién eres? ¿tú quién eres para decirme eso? No confío en ti, aún, aunque luego el tiempo me demostró que hice bien en no confiar nunca en él, así que no tengo por qué hacerte caso. El problema fue después, cuando alguien en quien sí confiaba, y en el que sigo confiando, me dijo lo mismo. Pero tampoco me dio razones. Y eso, en alguien como él, me extrañó. De nuevo, el Gran Maestro, el tiempo, nos demostró a ambos lo equivocados que estaba. Quizá debido a la falta de motivos, decidí desoír sus consejos y lanzarme a la piscina… Con todas sus consecuencias. Decidí acercarme, decidí conocerla, decidí decidir por mí mismo si merecía la pena seguir a su lado o separarse para no volver. Pero todo esto, después de haberme acercado. Y mucho. No puede verse la hermosura o fealdad de algo desde lejos, no de forma plena, al menos.
Y eso fue lo que hice. Sabía que probablemente, y ahora lo sé a ciencia cierta, levantaría críticas y polémicas. Pero me daba igual. Algo me empujaba a hacerlo. Recuerdo que al principio todo iba bien. Era una persona como las demás, pero algo en ella me atraía. Era como una fruta desconocida y exótica. No conocía su sabor… pero la piel me gustaba. Y como me gustaba, un día di el mordisco, y atravesé lo superficial. No lo hice voluntariamente, prácticamente fui empujado a ello. Pero el empujón no me desagradó. Quiero decir, en ese momento me sentí mal, pero ahora lo pienso y… creo que fue un gran paso. Para los dos. Fue el día en el que fui plenamente consciente de que ella no era bien recibida. Alguien hizo una broma aparentemente inocente sobre ella, y todos se rieron. Todos, menos ella. Cuando me giré para ver su reacción, ésta ya se había producido. Estaba llorando. Durante días hablé muchísimo con ella, la consolé, la conocí, la comprendí… y comencé a verla como la veo hoy.
El tiempo pasó. Yo tenía una cita en Madrid. Y como el grupo de amigos había decidido ir allí, fui con ellos. Me extrañó que ella no estuviese esperando el autobús, como todos. Cuando pregunté, uno de ellos, el mismo que me previno de ella, me dijo que mejor nos íbamos sin ella. Me pareció mal, pero yo tenía una cita y no quería llegar tarde, y menos discutir, así que lo dejé pasar. La tarde fue avanzando, y yo disfruté junto a la persona con la que iba. Nos dejaron solos, cosa que agradecí. Entonces pasó algo que yo ahora califico como una especie de alineación de planetas. Ocurrió en unas pocas horas aquello que nos uniría en un futuro. Mi pareja y yo nos encontramos con ella y una amiga, en mitad de la Gran Vía. Tras las presentaciones de rigor, charlamos unos minutos sobre temas banales y nos fuimos cada uno a su lado. Y puede parecer un hecho inofensivo, pero ahora sé que no fue así. La misma serpiente que me había prevenido de ella, la que me dijo que no la esperaríamos, ese ser de inferior existencia, la sedujo. Sólo de pensarlo algo se me remueve por dentro. Cada vez que lo imagino, juró que daría todo lo que tengo por estar delante suya y hacérselo pagar. Después de que esto ocurriera, él cambió la historia para que ella pareciese la mala. Y todos le creyeron a pies juntillas.
Tras estos hechos, el ánimo de ella empeoró mucho, y algo me instaba a que estuviera a su lado, a que la ayudara, a que la escuchara si es que no podía hacer nada más. Sin saber cómo, había adquirido una responsabilidad sobre ella. Una responsabilidad voluntaria. Una responsabilidad que existía porque yo quería. Sentía la necesidad de cuidarla, de protegerla, de que supiera que podría contar conmigo pasara lo que pasara. Sé que ella lo sabía, y que se sentía a gusto conmigo. Poco a poco, nuestro lazo se hizo más fuerte y estrecho, mientras otros se distendían y resquebrajaban.
Un año se comió a otro, y los meses se fueron sucediendo hasta llegar a marzo. Durante todo este tiempo, algún que otro cambio (y no todos agradables) habían tenido lugar en mi vida. El más importante, y el que más nos ocupa ahora, es que a los poquitos, me había enamorado de ella. La curiosidad del principio dejó paso a la atracción de después, y por último, a la fascinación y adoración de todo cuanto hacía. Mucho tiempo hacía que yo no sentía algo así. En realidad, nunca lo había sentido. Recuerdo marzo con especial cariño. Fue cuando comenzó mi acercamiento final, cuando decidí jugarme todo lo que tenía, si bien tardé bastante en dar el paso, y decirle aquello que sentía. Como la jugada directa nunca había sido mi fuerte, opte por las pequeñas, ¿pequeñas?, indirectas, esperando que ella las captase. Si lo hizo, supo mantener el tipo muy bien.
Abril llegó y, junto con la primavera, llegó también el viaje que había preparado el colegio para ir a Valencia. Era mi oportunidad, y vaya si la aproveché. La primera noche conseguí superar mis nervios y decir con voz segura, no tan segura, quizás, todo aquello que tenía que decirle. Para mi sorpresa, ella no se espantó, sino que parecía… ¿receptiva? No sé cómo llamarlo. ¿Agradada? Notaba en su voz un calor que me daba esperanzas. Los días que quedaban de viaje, y la semana de después fue como vivir en una nube para mí. Con alguna que otra lluvia, pero en una nube, al fin y al cabo. Pasado ese tiempo, quedamos en Madrid (donde creo que el Destino quiere llevarme, por algún extraño motivo) para dejar las cosas claras. Yo lo hice. Dije que la quería con locura, y que estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario hasta que ella se hubiese decidido. Pero no hizo falta. Ella quiso dar el gran salto en ese mismo momento. Me quería. Nos queríamos. Tomados de la mano dimos el salto desde aquel sillón del Starbucks de la calle Arenal. Y ese 25 de abril fue el primer día en mucho tiempo en que sentí que mi vida estaba completa.

Y aquí acaba la historia



-¿Cómo que acaba la historia? ¿No hubo nada más después del gran salto?
-Claro que hubo. Aún estamos volando.
-Entonces la historia no acaba.
-Sí, sí que lo hace. Esa historia acaba, y empieza otra. Muy distinta.
-¿Por qué no me la cuentas? Aún tengo tiempo
-Porque no puedo hacerlo sólo. Esa historia no me pertenece a mí
-Ah, ¿no? ¿Y a quién pertenece?
-Esa historia… nos pertenece a ambos… Y es sólo nuestra.