martes, 23 de agosto de 2011

Beija-flor.

Cabalgo despacio entre torres de arenisca a lomos de Bellaflor. Beija-flor, en realidad. Mi fiel caballo. Mi compañero. Me lo cedió un portugués extraño que pasó por el pueblo, no volví a verle. Me dijo que su nombre significaba colibrí. Desde entonces somos inseparables. Pero qué vamos a ser, no tenemos a nadie más.
Cabalgo, como digo, entre torres irregulares de arenisca y arbustos recios. A mi izquierda, colgando por el lomo de Bellaflor, los odres de agua, necesarios porque no sé cuándo encontraré un manantial. A mi derecha, bien engrasado, cargado y listo para ser disparado, mi rifle Winchester 1866. Yellow Boy, como le llamábamos, por ser de bronce su cajón. Mi otro compañero inseparable, junto con mis dos revólveres Colt, calibre .36, necesarios porque no sé cuándo encontraré un grupo de Sioux, de Arapahoes o de terribles Cheyennes, vigilándome desde hace millas y millas, esperando al momento idóneo para saltar sobre mi y hacerse un bonito tocado con mi medianamente larga cabellera.

El sol cae a plomo sobre nosotros. Procuro no forzar a Bellaflor, él tiene más derecho que yo a estar fresco y descansado. No sé si detrás de aquel risco me espera un manantial, o la muerte. Lo mismo da. Hace millas que no vemos un ser humano. De vez en cuando, escucho cerca el ruido sordo que produce la cola de una serpiende de cascabel. Procuro no preocuparme, hago acelerar a Bellaflor y un poco más alante vuelvo al ritmo lento y pausado de antes. Cuando el calor sea insoportable, buscaremos una sombra en la que guarecernos, comer algo de cecina, y dormir hasta que llegue la noche para cabalgar a mayor ritmo. No se oye nada en este desierto rojo. De vez en cuando, veo un coyote asomarse desde lo alto de un risco. De vez en cuando, creo intuir el contorno de unas plumas recortadas sobre lo alto de una roca a un lado del camino, entonces desenfundo a Yellow Boy, y con la rápidez y la precisión que caracterizan a un buen soldado, o a un bandido infame, descargo una dura y ruidosa una lluvia de plomo sobre lo que creo que es una cabeza Cheyenne. O Cherokee. Pero no. Tranquilízate, me digo. No es más que un arbusto. No seas iluso. No puedes encontrar a un indio en el desierto. Él siempre te encuentra primero. Bellaflor se encabrita, relincha y se altera. Tranquilo, pequeño, le susurro. Si salgo ileso del desierto, no volverás a pasar sed. Y si me capturan los indios, o me matan, tú estarás incluso mejor con ellos que conmigo.

1 comentario:

  1. A mí me parece muy interesante, mucho. Nada parecido a tu descripción en twitter.

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