Es tarde, ya ha anochecido. Vuelvo a casa en el autobús de siempre después de toda la tarde y parte de la noche fuera. Viajo con la única compañía del conductor, un hombre aburrido que, pese a que me ve todos los días a la misma hora religiosamente cogiendo su autobús, nunca se ha animado a darme conversación. Igual está esperando a que sea yo quien dé el primer paso. Mañana le cuento lo primero que se me ocurra, hoy no tengo ganas. La batería del iPod se me ha acabado, maldición, ahora sí que me voy a aburrir de lo lindo. Absorto en mis vacíos pensamientos, paseo mi mirada por los pequeños detalles del autobús: El botón de STOP que está puesto del revés, la sempiterna ausencia de los martillos de emergencia, las pintadas en los asientos, las ralladuras en los cristales… Y más allá del autobús, la mal iluminada y peor asfaltada carretera, el polígono industrial que descansa tras un duro día, las pocas trabajadoras que tienen turno de noche en la calle. Todo es como siempre, tan habitual que parece que existiera un diálogo entre lo que me rodea y yo mismo.
-Hola de nuevo, poste-de-la-luz-mal-situado-casi-en-mitad-de-la-carretera ¿Qué tal ha ido el día hoy?
-No puedo quejarme, colega, hoy casi consigo que un novato se estrellase contra mí. A ver si mañana hay suerte.
-Eso espero, amigo, buenas noches.
-Buenas noches, hasta mañana.
Nada me hace sospechar que esta noche será diferente. El conductor no va a hablar, el botón de STOP no se colocará bien, el poste de la luz no se apartará. Así que me despreocupo de todo y sigo deambulando con la vista. Ahora me fijo en mí. No me veo mal. No voy vestido para una boda, es más, voy bastante cutre, y llevo esa sudadera descolorida que odio, aunque es amplia y cómoda. No me engaño. Tengo defectos. Si hay algo que me guste en mi sudadera descolorida es eso que tiene que parece decir “eh, mira, tengo defectos, pero no me importan”. Pero lo cierto es que me importan. Me miro en la ventana del autobús ¿Y esos pelos? Menos mal que voy sólo, si no, seguro que se me quedarían mirando con una sonrisilla en los labios, con aire de superioridad. Mi sudadera me da un aire despreocupado, pero por el resto de cosas, la odio. Por muy cómoda y amplia que sea, no es bonita.
Dejo de mirarme, no quiero darle vueltas al asunto ahora mismo. En vez de eso, fijo mi vista en un punto por detrás de mi reflejo en la ventana, y lo que veo me estremece. En todo éste tiempo, no me había dado cuenta de que a unos cuantos metro del autobús en el que viajo, otro autobús, idéntico al mío, viaja a nuestro lado. El mismo tono verde, los mismos abollones. Hasta el conductor parece el mismo. Y me fijo en que sentado en unas cuantas filas de asientos más atrás, en la misma situación en la que voy yo, hay sentado un individuo que me recuerda a alguien. Me recuerda a mí. Es tremendamente parecido a mí. Nos miramos con la misma cara de sorpresa, y acto seguido, a la vez, nuestra expresión pasa a ser la compasión. Él va mucho mejor vestido que yo. Su sudadera me gusta muchísimo, va perfectamente a juego con él. Ojalá la mía fuese así, ya que si a él le sienta bien, a mí tiene que sentarme bien, porque somos prácticamente idénticos. Lleva gafas, como yo, y muy parecidas a las mías, con la diferencia de que a él no le hacen los ojos pequeños. Y su pelo también me gusta. Al igual que yo, se está quedando un pelín calvete, pero lleva un peinado que lo disimula bastante y que además me gusta.
Está claro, éste tío está muy por encima de mí. Por eso me ha mirado con compasión, porque se ha visto reflejado en mí, y ha debido pensar que lo paso peor que él porque, aun siendo muy parecidos, él es mejor. Se ve a primera vista.
Aguantamos la mirada un momento más, y la apartamos a la vez. No podemos soportar mirarnos. A mí me recuerda lo que debería ser. A él le recuerdo en lo que se puede convertir. Intentamos volver a mirarnos, giramos la cabeza a la vez, haciendo el mismo movimiento, y nada más cruzarse de nuevo nuestras miradas, mi autobús entra en un túnel y le pierdo de vista. Aguardo impaciente a que el túnel acabe y ver salir su autobús por el carril contiguo. Pero el túnel acaba, y no sale su autobús, que ha debido tomar algún desvío mientras que yo no podía verlo. Probablemente no vuelva a ver a ese muchacho tan parecido a mí jamás. O quizá…
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Efectivamente, aquella no fue la última vez que le vi. De vez en cuando me parecía percibirle con el rabillo del ojo a la que menos me lo esperaba. Paseando por Madrid, durante una fracción de segundo pude ver que me observaba desde el interior de una tienda, pero cuando me quise fijar, no había nadie al otro lado del escaparate. También me pareció verle en la piscina, reflejado en los azulejos de los vestuarios. Y siempre, siempre, iba mejor vestido que yo, con un corte de pelo mejor, más guapo, más delgado… diablos, hasta parecía más inteligente.
Me obsesioné con encontrarle, y pasé mucho tiempo buscándole. Justo el tiempo que tardé en darme cuenta de que aquel día, en la carretera, ningún otro autobús circulaba a nuestro lado, que lo que vi, era en realidad el reflejo de mi autobús en una fachada acristalada, y que el tipo que tanto se parecía a mí… era yo. Me costó mucho tiempo darme cuenta de esto, y aceptar que aquella persona a la que quería encontrar, estaba dentro de mí.
Después de aquello, no ha cambiado nada. El conductor sigue callado, el botón de STOP dado la vuelta, el poste de la luz, casi en mitad de la carretera. Sólo ha habido una pequeña diferencia:
Me gusta mi sudadera.
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miércoles, 5 de mayo de 2010
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me gusta mucho a la conclusión que llegas... siempre has sido maravilloso, ge.
ResponderEliminarpor cierto, por qué Hugleiðingar? qué era? XD te quiero mucho, pequeño ;)
Muchas gracias ^^ yo también te quiero. Hugleiðingar significa "reflejo" en islandés. El por qué de la palabra está claro, y el por qué del islandés... supongo que porque aunque sea endiablado, me gusta cómo suena.
ResponderEliminar...me dejas tu sudadera a mi también? XDD
ResponderEliminarNo, tú ya tienes la de calaveras XD
ResponderEliminarMoula :D
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